Cuarenta y cinco revoluciones por minuto
Había decidido poner orden entre los enseres que acaparaban
huecos inundando espacios. El desván al que tantas veces había destinado a los
mismos hacía años que había asumido el papel de guardián de recuerdos que en su
memoria perduraban como hojas no arrancadas. Allí convivían las cajas de
cartones rotuladas por las ilusiones que años atrás dieran forma a sus púberes.
Así que decidió que esa mañana sería la adecuada. Subió dispuesto a no ser
misericordioso con aquello que fuese inservible. El tiempo le había permutado
su condena al olvido por una larga reclusión. Allí aparecieron atuendos de moda
pasados de moda que fueron desencadenando sonrisas de nostalgias. Allí
renacieron los eternos momentos en los que cabalgaba el tiempo a lomos del
corcel de su juventud. Allí, los humos de la no extinta hoguera, elevaron las
preguntas que nunca había vuelto a realizarse. Noches de caricias y promesas
que se fueron evaporando y que sin embargo mantenían el cordón umbilical que se
negaba a cortar. Las cajas apiladas no ofrecieron resistencia a dejarse
desnudar a la vez que a modo de conciencia sacaban a la luz actuaciones
improvisadas. Carátulas de versos musicados por voces ajenas que sospecharon
prestar a aquellos que se empezaban a amar, cobraban de nuevo sentido. La
alternancia jugaba a su antojo con los caprichos de las cuarenta y cinco
revoluciones por minuto que carraspeaba a los surcos. No pudo evitar tararear
aquellos estribillos que tiempo hacía que creyó olvidados. Baladas en las que
se fundieron cuerpos al lento paso que los pies marcaban en la común sintonía
de los primeros amores. Fue más rápido su canto que el intento por renovar el
envejecido tocadiscos que guardaba vigilia desde hacía años. No pudo resistir
la tentación de hacerlo girar y con sumo cuidado fue colocando sobre el plato
la sucesión de canciones que hicieron suyas. A la par, aquellos que
compartieron espacios y sueños bajo las estrellas de los eternos veranos,
vinieron a hacerle compañía. Cerró los ojos y la abrazó de nuevo. Su piel
seguía teniendo la tersura que hiciese suya y el palpitar apareció de nuevo.
Mesó sus cabellos, besó los labios que se le ofrecieron y, otra vez, las
promesas de eternidad, lazó a ambos. Ni pudo ni quiso evitar reír nervioso ante
el hecho de saber que parte de lo que tanto amó, moraba en la incógnita. Cesó
la música y con ella se cerraron las bisagras que chirriaron las contraventanas
de la añoranza. Todo volvió a su lugar y el nicho del recuerdo se cerró para
siempre. Sigue creyendo que aquello que sintieron habla en pasado. Se equivoca;
otro desván está a punto de ser removido y sensaciones comunes saldrán a la
pista para bailar con él; como aquellos fugaces veranos de amores eternos y nunca olvidados.
Jesús(defrijan)
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