martes, 11 de febrero de 2014


Cuarenta y cinco revoluciones por minuto

Había decidido poner orden entre los enseres que acaparaban huecos inundando espacios. El desván al que tantas veces había destinado a los mismos hacía años que había asumido el papel de guardián de recuerdos que en su memoria perduraban como hojas no arrancadas. Allí convivían las cajas de cartones rotuladas por las ilusiones que años atrás dieran forma a sus púberes. Así que decidió que esa mañana sería la adecuada. Subió dispuesto a no ser misericordioso con aquello que fuese inservible. El tiempo le había permutado su condena al olvido por una larga reclusión. Allí aparecieron atuendos de moda pasados de moda que fueron desencadenando sonrisas de nostalgias. Allí renacieron los eternos momentos en los que cabalgaba el tiempo a lomos del corcel de su juventud. Allí, los humos de la no extinta hoguera, elevaron las preguntas que nunca había vuelto a realizarse. Noches de caricias y promesas que se fueron evaporando y que sin embargo mantenían el cordón umbilical que se negaba a cortar. Las cajas apiladas no ofrecieron resistencia a dejarse desnudar a la vez que a modo de conciencia sacaban a la luz actuaciones improvisadas. Carátulas de versos musicados por voces ajenas que sospecharon prestar a aquellos que se empezaban a amar, cobraban de nuevo sentido. La alternancia jugaba a su antojo con los caprichos de las cuarenta y cinco revoluciones por minuto que carraspeaba a los surcos. No pudo evitar tararear aquellos estribillos que tiempo hacía que creyó olvidados. Baladas en las que se fundieron cuerpos al lento paso que los pies marcaban en la común sintonía de los primeros amores. Fue más rápido su canto que el intento por renovar el envejecido tocadiscos que guardaba vigilia desde hacía años. No pudo resistir la tentación de hacerlo girar y con sumo cuidado fue colocando sobre el plato la sucesión de canciones que hicieron suyas. A la par, aquellos que compartieron espacios y sueños bajo las estrellas de los eternos veranos, vinieron a hacerle compañía. Cerró los ojos y la abrazó de nuevo. Su piel seguía teniendo la tersura que hiciese suya y el palpitar apareció de nuevo. Mesó sus cabellos, besó los labios que se le ofrecieron y, otra vez, las promesas de eternidad, lazó a ambos. Ni pudo ni quiso evitar reír nervioso ante el hecho de saber que parte de lo que tanto amó, moraba en la incógnita. Cesó la música y con ella se cerraron las bisagras que chirriaron las contraventanas de la añoranza. Todo volvió a su lugar y el nicho del recuerdo se cerró para siempre. Sigue creyendo que aquello que sintieron habla en pasado. Se equivoca; otro desván está a punto de ser removido y sensaciones comunes saldrán a la pista para bailar con él; como aquellos fugaces veranos de amores eternos  y nunca olvidados.

Jesús(defrijan)

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