Venecia
Nos vino a recibir al sonido batiente de las olas que en el
Canal formaba la inquietud de la noche. Llovía. Y lo hacía con esa tristeza
propia de quien se mueve entre grandezas de otrora y resacas de romanticismo.
El Puente Rialto albergó en su descenso a uno de los costados a quienes
surcaban las expectativas que la bufonada proclama como vísperas de la
abstención. Esa noche, la quietud de los rincones contrastaba con la esperanza
de la festividad que vendría horas después. Amaneció lentamente y los vaporetos
se convirtieron en anfitriones por las islas que le dieron origen. Así, entre
cristales forjados por Murano, canales de colores espatulados por Burano y
restos de los orígenes de Torcello, amores dolientes de Lido, Venecia, salió a
la luz. Y allí, San Marcos se engalanó con el cadalso festivo del Jardín de la
Alegría al que dieron vida los frutos de la tierra firme. Leones en su honor
que vestían de verdes, anaranjados, morados, mostraban la fiereza del pasado
ducal cuyo bastión regía los designios del Adriático. La Catedral se disputaba
protagonismos con el Palacio, mientras el carrillón campaneaba despertando al
Campanille. Y las góndolas bailando al son de las dulzainas y tambores
medievales que inauguraban el desfile. Los sones clásicos iniciaron la andadura
sobre la partitura dando licencia de vuelo a la Colombina que descendería
lentamente de los cielos a depositarse como licenciadora del festejo. Todo
bullía y todo sorprendía. La majestuosidad de los atuendos nobiliarios, la
fiereza de los Cruzados, la prestancia del poderío asomaba sobre las telas con
las que apenas competían las mascaradas populares. Todo invitaba a la fiesta y
en cada garganta se entonaba la melodía romántica que la receptora merecía. Casanovas ilusos que buscaban dar honor
y gloria al prócer prototipo de las licencias amorosas deambulaban sin orden al
encuentro del rincón soñado. Allí se pondrían de manifiesto las sombras
chinescas de antiguos duelos de honor mientras el paso del carusso gondolero
surcaba el pie de los puentes. No pude por menos que ponerme en el lugar de
aquel ignorado que a punto de ser ejecutado, desde el Puente de los Suspiros,
exhalaba a la belleza su último arrepentimiento. ¡Quién sabe si la justicia se
vistió de venganza! Lo cierto fue que en el momento de regresarnos, cuando el
Carnaval iniciaba su descenso, tuve la sensación de que el verdadero Carnaval,
el más indigno Carnaval, el más opresor Carnaval, es el que pena y no disfruta
cada quien cuando no sabe vivir en el Jardín de la Alegría del Amor, y se
disfraza de conveniencias que le amargan su día a día.
Jesús(defrijan)
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