lunes, 24 de febrero de 2014


Venecia

Nos vino a recibir al sonido batiente de las olas que en el Canal formaba la inquietud de la noche. Llovía. Y lo hacía con esa tristeza propia de quien se mueve entre grandezas de otrora y resacas de romanticismo. El Puente Rialto albergó en su descenso a uno de los costados a quienes surcaban las expectativas que la bufonada proclama como vísperas de la abstención. Esa noche, la quietud de los rincones contrastaba con la esperanza de la festividad que vendría horas después. Amaneció lentamente y los vaporetos se convirtieron en anfitriones por las islas que le dieron origen. Así, entre cristales forjados por Murano, canales de colores espatulados por Burano y restos de los orígenes de Torcello, amores dolientes de Lido, Venecia, salió a la luz. Y allí, San Marcos se engalanó con el cadalso festivo del Jardín de la Alegría al que dieron vida los frutos de la tierra firme. Leones en su honor que vestían de verdes, anaranjados, morados, mostraban la fiereza del pasado ducal cuyo bastión regía los designios del Adriático. La Catedral se disputaba protagonismos con el Palacio, mientras el carrillón campaneaba despertando al Campanille. Y las góndolas bailando al son de las dulzainas y tambores medievales que inauguraban el desfile. Los sones clásicos iniciaron la andadura sobre la partitura dando licencia de vuelo a la Colombina que descendería lentamente de los cielos a depositarse como licenciadora del festejo. Todo bullía y todo sorprendía. La majestuosidad de los atuendos nobiliarios, la fiereza de los Cruzados, la prestancia del poderío asomaba sobre las telas con las que apenas competían las mascaradas populares. Todo invitaba a la fiesta y en cada garganta se entonaba la melodía romántica que la receptora  merecía. Casanovas ilusos que buscaban dar honor y gloria al prócer prototipo de las licencias amorosas deambulaban sin orden al encuentro del rincón soñado. Allí se pondrían de manifiesto las sombras chinescas de antiguos duelos de honor mientras el paso del carusso gondolero surcaba el pie de los puentes. No pude por menos que ponerme en el lugar de aquel ignorado que a punto de ser ejecutado, desde el Puente de los Suspiros, exhalaba a la belleza su último arrepentimiento. ¡Quién sabe si la justicia se vistió de venganza! Lo cierto fue que en el momento de regresarnos, cuando el Carnaval iniciaba su descenso, tuve la sensación de que el verdadero Carnaval, el más indigno Carnaval, el más opresor Carnaval, es el que pena y no disfruta cada quien cuando no sabe vivir en el Jardín de la Alegría del Amor, y se disfraza de conveniencias que le amargan su día a día.

Jesús(defrijan)

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