Días de desencanto
Hay días en los que la apatía se apodera de ti y te muestra un
camino insulso, angosto, inatractivo. Un camino por el que encaminar tus horas
a la luz del candil a la espera de que la corrección prenda y cuya mecha mojada
de desencantos tardará en arder. Días en los que te reprimes ante aquel a quien
ves necesitado de un abrazo solidario por el temor a que te considere un
espécimen perturbado del que hay que huir por vaticinarse lo peor. Y en esos
días es cuando la reflexión sale del zaguán del corazón y se pregunta por los
porqués de tal actuación timorata. Acabas actuando según los criterios de
quienes tan acostumbrados están a reprimirse las emociones por temor a la
descalificación. Por eso tensas las bridas de los ojos y con ello crees haber
ganado el pulso ante la desnudez de tu alma. Sujetas lo que no quisieras
sujetar y callas aquello que deberías lanzar a los cuatro vientos. Sí, ya sé,
más de uno pensará que no va con él esta disertación. Y puede que lleve razón,
si nos detenemos un momento y contemplamos las caras de los que pasan de
incógnito a nuestro alrededor. Casi todas ellas no superan con la mirada la
horizontal de sus hombros y cabizbajas deambulan. Buscan destinos en las
estaciones de mínima parada que el devenir diario les ofrece a modo de
necesidades. Y allí ni canjean el billete ni renuncian al viaje porque han
asimilado en los demás lo que se suponen en sí mismos. Y todo a la espera de la
vana recompensa de las horas en las que la noche velará los sueños o desvelará
inquietudes. Eso sí, desde el establecimiento ordenado del orden a respetar
para no descarrilarse de las vías tan férreas como la cobardía se empeña en
prolongar. Así se refugian las ilusiones entre las carcomas de los baúles cuyos
candados cierran el paso a las verdades. Nada existe más allá de la fútil
recompensa que concede placentera las alegrías fingidas. Y una nueva vuelta de
la noria se exhibe desde el río de la vida llenando el cangilón de las
expectativas que durarán segundos hasta regar la siembra que otros habrán hecho
en nuestro lugar. Llamadle desencanto sería admitir la propia negación de la
felicidad, y por tanto, nuestro fracaso. Puede que si reflexionásemos unos
minutos nos acabaríamos situando en el estante de la pared a mostrar desde el
escaparate de la verdad. Y entonces sería doloroso, muy doloroso, reconocer en
nosotros mismos a la viva imagen del derrotado. De cualquier modo, no lo
penséis demasiado, ni le deis más vueltas. Puede que hoy no sea uno de esos
días en los que la apatía se apodera de ti, te muestra un camino insulso, y
sonríe compasiva ante tu propio desencanto.
Jesús(defrijan)
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