martes, 25 de febrero de 2014


Días de desencanto

Hay días en los que la apatía se apodera de ti y te muestra un camino insulso, angosto, inatractivo. Un camino por el que encaminar tus horas a la luz del candil a la espera de que la corrección prenda y cuya mecha mojada de desencantos tardará en arder. Días en los que te reprimes ante aquel a quien ves necesitado de un abrazo solidario por el temor a que te considere un espécimen perturbado del que hay que huir por vaticinarse lo peor. Y en esos días es cuando la reflexión sale del zaguán del corazón y se pregunta por los porqués de tal actuación timorata. Acabas actuando según los criterios de quienes tan acostumbrados están a reprimirse las emociones por temor a la descalificación. Por eso tensas las bridas de los ojos y con ello crees haber ganado el pulso ante la desnudez de tu alma. Sujetas lo que no quisieras sujetar y callas aquello que deberías lanzar a los cuatro vientos. Sí, ya sé, más de uno pensará que no va con él esta disertación. Y puede que lleve razón, si nos detenemos un momento y contemplamos las caras de los que pasan de incógnito a nuestro alrededor. Casi todas ellas no superan con la mirada la horizontal de sus hombros y cabizbajas deambulan. Buscan destinos en las estaciones de mínima parada que el devenir diario les ofrece a modo de necesidades. Y allí ni canjean el billete ni renuncian al viaje porque han asimilado en los demás lo que se suponen en sí mismos. Y todo a la espera de la vana recompensa de las horas en las que la noche velará los sueños o desvelará inquietudes. Eso sí, desde el establecimiento ordenado del orden a respetar para no descarrilarse de las vías tan férreas como la cobardía se empeña en prolongar. Así se refugian las ilusiones entre las carcomas de los baúles cuyos candados cierran el paso a las verdades. Nada existe más allá de la fútil recompensa que concede placentera las alegrías fingidas. Y una nueva vuelta de la noria se exhibe desde el río de la vida llenando el cangilón de las expectativas que durarán segundos hasta regar la siembra que otros habrán hecho en nuestro lugar. Llamadle desencanto sería admitir la propia negación de la felicidad, y por tanto, nuestro fracaso. Puede que si reflexionásemos unos minutos nos acabaríamos situando en el estante de la pared a mostrar desde el escaparate de la verdad. Y entonces sería doloroso, muy doloroso, reconocer en nosotros mismos a la viva imagen del derrotado. De cualquier modo, no lo penséis demasiado, ni le deis más vueltas. Puede que hoy no sea uno de esos días en los que la apatía se apodera de ti, te muestra un camino insulso, y sonríe compasiva ante tu propio desencanto.

 

Jesús(defrijan)

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