jueves, 13 de febrero de 2014


El rulo gallardo

Era ese cilindro forjado de argamasas compactas con un eje de hierro cuya misión consistía en allanar el piso de la era en la que se trillarían las mieses cosechadas. Tirado por briosos animales cumplían su digna labor para ayudar a paliar la escasez en los tiempos en los que la escasez abundaba. También podría llamársele rodillo, pero dada la connotación negativa-agresiva  que apellida, lo evitaré.  Más que nada por ser utilizado de modo soberbio por aquellos que se escudan en mayorías para abusar de las minorías desde la voluntad popular. Y un ejemplo más a los ya sumados lo tuvimos ayer en la era donde debería reinar el consenso y el debate. No sólo se usó de él a la hora de aprobar una ley que nos retrotrae  a tiempos del “ordeno y mando” sino que además dio varias vueltas al menospreciar a aquellos que se sabían perdedores de la votación. Ni la mínima dignidad tuvieron quienes ningunearon los turnos de réplica y decidieron que su tiempo, que nos pertenece o debería pertenecernos, estaría mejor dedicado a los pasillos, al ágape o a cualquier otra ocupación. Decir que fue inelegante sería utilizar el eufemismo de modo sumamente benigno. Si la gallardía se esconde tras el don del que se carece, sólo el aplauso de los coros cercanos se ha de obtener a modo de palmeros agradecidos. Si se juega con vidas en base a las que aún no lo son, bajo pretextos encíclicos más que discutibles y axiomas teologales carentes de virtud, al menos deberían tener la caridad para aquellos que discrepan y escuchar sus argumentos. Pero qué pedir a quienes la soberbia ha elevado a los altares del pisoteo. Me vienen a la memoria mayorías ganadas en las novatas urnas por aquel que apostó a democracia. Jamás renunció a escuchar los calificativos que le fueron destinados. Fue tildado de todos los modos a cual más abyecto que minaron su fortaleza enfrentada a las traiciones. Y dio paso a los siguientes turnos sin siquiera huir ante las balas. Así que aquel ejemplo no se ha seguido y hemos de comprobar cómo el ninguneo rotula a los azules que visten invisible sotanas. Falta gallardía, sin duda, en acometer un debate en el que saldrían a relucir atavismos que creíamos olvidados. Y con ser todo esto lamentable, qué decir de aquellas que anteponen obediencias a siglas a solidaridades de género. Que alguien se equivocó al creer que educaba a sus hijas o a sus alumnas hacia la igualdad. Si fueron conscientes, lamentable, y si no lo fueron, lamentable también. Pero como próximas estudiantes a futuro, espero que reclamen recuperaciones a las que acudir para demostrar que los deberes ya están hechos, y los nuevos postulados enseñan verdades como puños a las que no renunciarán. Entre ellas, la libertad de elección y la elegancia en la defensa de sus postulados. Eso sí, tendrán la gallardía de no abandonar su escaño para dejar con la palabra en la boca al que discrepe de ellas. Son, sin duda, gallardas con don o, si lo consideran, sin él; que decidan ellas.

Jesús(defrijan)

 

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