lunes, 10 de febrero de 2014


No te enamores de los poetas

No recordaba en qué libro lo leyó cuando la edad de entender las pasiones le llegó pero siempre tuvo próxima a su ser tal expresión. Creía recordar que aparecía en el epílogo de aquel tomo que le ordenaron descubrir y al que de mala gana accedió desde la obligatoriedad. Un compendio de estrofas de múltiples autores que jugaron con sus sentimientos y los sacaban a la luz le fueron abriendo paso al mundo de la adolescencia que se le mostraba como incógnita gigante. Quiso reaccionar ante la imposición pero poco a poco, a medida que las dicciones le iban calando, aplaudió su suerte. De modo que aprendió  versos  como sin querer. Versos que no sabían del alma destinataria futura en los que guarecerse pero que perfilaba en sueños. Advertencia que, aquel consejo que cerraba la despedida, había anticipado acertaba  de pleno. Los primeros indicios los tuvo cuando la desazón del amor vino a perturbar el desorden de sus esquemas. Ahí flotaron risas, besos, abrazos. Y en todos ellos el acomodo de lo prestado por los trazos ajenos tenía sentido y a la vez carecía de él. Noches en duermevelas por desamores ilusos cedieron turno a plácidos atardeceres en los que la realidad se hacía increíble. Aquellos que colaron sus esperanzas llevaban en sí la imagen del amor que tanto había exprimido de aquellas primeras letras. No le fue suficiente y quiso esculpir por sí misma las líneas que tanto había admirado y hecho suyas. Y probó y siguió probando en un sinfín de sucesivos estados de ánimo que el mismo ánimo se encargó de espolear. Sabía que al abrirse dejaba escapar al juicio ajeno aquello que pocos serían capaces de entender. Intentó pedir perdón al infinito por no protegerse adecuadamente cuando la herida le vino de respuesta y el infinito no la perdonó. No tenía nada qué perdonarle a  aquella que fue capaz de amar desde la irracionalidad que el amor acarrea. Y ya en sus años postreros, cuando las nieves escarchaban su rostro contempló desde la distancia a aquella niña que una vez fue. Se sintió dichosa porque había vivido la vida conforme a los dictados no impuestos que la valentía premia,  De cuando en cuando, su viva imagen viene a su regazo a escucharle recitar aquellos versos que han envejecido con ella y sin embargo siguen alimentando vuelos. Solamente cuando la imagen de su sangre le pregunta por el consejo final, ella responde que no se enamore de un poeta, porque si éste se enterase, acabaría perdiendo la cordura por ella, afortunadamente. Y entonces, la besa, sonríe, renace y pide al destino que no le haga caso.

Jesús(defrijan)

No hay comentarios:

Publicar un comentario