No te enamores de los poetas
No recordaba en qué libro lo leyó cuando la edad de entender
las pasiones le llegó pero siempre tuvo próxima a su ser tal expresión. Creía
recordar que aparecía en el epílogo de aquel tomo que le ordenaron descubrir y
al que de mala gana accedió desde la obligatoriedad. Un compendio de estrofas
de múltiples autores que jugaron con sus sentimientos y los sacaban a la luz le
fueron abriendo paso al mundo de la adolescencia que se le mostraba como
incógnita gigante. Quiso reaccionar ante la imposición pero poco a poco, a
medida que las dicciones le iban calando, aplaudió su suerte. De modo que
aprendió versos como sin querer. Versos que no sabían del
alma destinataria futura en los que guarecerse pero que perfilaba en sueños.
Advertencia que, aquel consejo que cerraba la despedida, había anticipado
acertaba de pleno. Los primeros indicios
los tuvo cuando la desazón del amor vino a perturbar el desorden de sus
esquemas. Ahí flotaron risas, besos, abrazos. Y en todos ellos el acomodo de lo
prestado por los trazos ajenos tenía sentido y a la vez carecía de él. Noches
en duermevelas por desamores ilusos cedieron turno a plácidos atardeceres en
los que la realidad se hacía increíble. Aquellos que colaron sus esperanzas
llevaban en sí la imagen del amor que tanto había exprimido de aquellas
primeras letras. No le fue suficiente y quiso esculpir por sí misma las líneas
que tanto había admirado y hecho suyas. Y probó y siguió probando en un sinfín
de sucesivos estados de ánimo que el mismo ánimo se encargó de espolear. Sabía
que al abrirse dejaba escapar al juicio ajeno aquello que pocos serían capaces
de entender. Intentó pedir perdón al infinito por no protegerse adecuadamente
cuando la herida le vino de respuesta y el infinito no la perdonó. No tenía
nada qué perdonarle a aquella que fue
capaz de amar desde la irracionalidad que el amor acarrea. Y ya en sus años
postreros, cuando las nieves escarchaban su rostro contempló desde la distancia
a aquella niña que una vez fue. Se sintió dichosa porque había vivido la vida
conforme a los dictados no impuestos que la valentía premia, De cuando en cuando, su viva imagen viene a
su regazo a escucharle recitar aquellos versos que han envejecido con ella y
sin embargo siguen alimentando vuelos. Solamente cuando la imagen de su sangre
le pregunta por el consejo final, ella responde que no se enamore de un poeta,
porque si éste se enterase, acabaría perdiendo la cordura por ella,
afortunadamente. Y entonces, la besa, sonríe, renace y pide al destino que no
le haga caso.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario