Feliz
Aprendió a sentir la necesidad de ser feliz desde el mismo
instante en el que se supo capaz de brindar por ello. Había pasado por tantas
circunstancias adversas que decidió darse una oportunidad y así compartirla con
aquellos que le fuesen cercanos, próximos, parejos en la capacidad de realizar
el mismo gesto. Y desde el mismo instante en que tomó tal determinación tuvo
claro que en su camino se encontrarían la desconfianza venida del dolor con la
alegría nacida de la confianza. De modo que emprendió su ruta mirando siempre
de frente a los posibles traspiés que la senda de la vida le fuese salpicando
en su andadura. Se solidarizó con el desafortunado a quien el desamor legó su
fardo de espinas y tuvo presto el gesto amigable ante aquel que necesitó de su
compañía. Luchó ante las incomprensiones que le tomaron por iluso sin saber que
su verdadera esencia nacía en los pesebres de la entrega. Tuvo a bien
recuperarse de los desgastes que le vinieron ante las injustas reprimendas que
los menos comprensibles le remitieron por no saberse conocedores de la grandeza
de su alma. Vivía desde la vertiente alba que su río diseñó y en ella no cabían
arenas movedizas que destinasen negros finales. Sabía que en cada entrega algo
suyo se erosionaba y no tuvo inconveniente en que así sucediese. Generoso ante
los valores que nacían de los sentires y cauto ante los errores que los malos
entendidos pudieron provocar, siguió su camino. Si hubiese vestido hábito lo
habrían tomado como el reflejo de la caridad y pocos, salvo los serenos de
espíritu, entendieron lo que en él no se
ocultaba por ser transparente. Volátil con los pies en el suelo dirigió su
mirada a los azules para de los azules conseguir consejos. Y cuando el tiempo
reposó sus pasos; cuando los latidos de su corazón se fueron convirtiendo en
tenues compases; cuando sus dedos ya no fueron capaces de trazar líneas por las
que seguir su ruta; cuando sus manos dejaron de temblar ante el contacto de la
piel; se sintió desdichado. La sola compañía de la soledad acompaña a la
inscripción que alguien tuvo a bien situar sobre la frialdad del monolito en
aquel jardín que pocos visitan. Sin embargo, aquellos que han sido guiados por
el azar hasta ella, aseguran haber encontrado aquello de lo que ni siquiera
sospechaban que carecían. Pocos recuerdan su nombre, pocos reconocen su rostro,
pocos saben que la felicidad, llevó su rostro.
Jesús(defrijan)
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