martes, 4 de febrero de 2014


Feliz

Aprendió a sentir la necesidad de ser feliz desde el mismo instante en el que se supo capaz de brindar por ello. Había pasado por tantas circunstancias adversas que decidió darse una oportunidad y así compartirla con aquellos que le fuesen cercanos, próximos, parejos en la capacidad de realizar el mismo gesto. Y desde el mismo instante en que tomó tal determinación tuvo claro que en su camino se encontrarían la desconfianza venida del dolor con la alegría nacida de la confianza. De modo que emprendió su ruta mirando siempre de frente a los posibles traspiés que la senda de la vida le fuese salpicando en su andadura. Se solidarizó con el desafortunado a quien el desamor legó su fardo de espinas y tuvo presto el gesto amigable ante aquel que necesitó de su compañía. Luchó ante las incomprensiones que le tomaron por iluso sin saber que su verdadera esencia nacía en los pesebres de la entrega. Tuvo a bien recuperarse de los desgastes que le vinieron ante las injustas reprimendas que los menos comprensibles le remitieron por no saberse conocedores de la grandeza de su alma. Vivía desde la vertiente alba que su río diseñó y en ella no cabían arenas movedizas que destinasen negros finales. Sabía que en cada entrega algo suyo se erosionaba y no tuvo inconveniente en que así sucediese. Generoso ante los valores que nacían de los sentires y cauto ante los errores que los malos entendidos pudieron provocar, siguió su camino. Si hubiese vestido hábito lo habrían tomado como el reflejo de la caridad y pocos, salvo los serenos de espíritu,  entendieron lo que en él no se ocultaba por ser transparente. Volátil con los pies en el suelo dirigió su mirada a los azules para de los azules conseguir consejos. Y cuando el tiempo reposó sus pasos; cuando los latidos de su corazón se fueron convirtiendo en tenues compases; cuando sus dedos ya no fueron capaces de trazar líneas por las que seguir su ruta; cuando sus manos dejaron de temblar ante el contacto de la piel; se sintió desdichado. La sola compañía de la soledad acompaña a la inscripción que alguien tuvo a bien situar sobre la frialdad del monolito en aquel jardín que pocos visitan. Sin embargo, aquellos que han sido guiados por el azar hasta ella, aseguran haber encontrado aquello de lo que ni siquiera sospechaban que carecían. Pocos recuerdan su nombre, pocos reconocen su rostro, pocos saben que la felicidad, llevó su rostro.

 

Jesús(defrijan) 

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