domingo, 16 de febrero de 2014


Por si el adiós me sorprende

Tenía las cicatrices de otros adioses aún vivas en la piel del alma y decidió parapetarse en la trinchera del abandono propio. No siempre fue quien tomó la decisión pero a pesar de ello un nudo se le fue trenzando en cada ocasión. Los hubo fugaces como vuelos inconexos de las aves del capricho. Los hubo eternos que duraron el tiempo que la eternidad destina a los amantes que viven en la angustia del abandono. Los hubo, en fin, de tantos trazos como la dicha del amor suele lanzar a la aventura del querer. Y sabía que las ilusiones se fingían inmortales en un último intento de recuperar esperanzas. Seguían apareciendo en sus sueños los rostros que marcaron sendas y ante los que esbozaba una sonrisa vestida de preguntas. Desechaba rencores porque el tiempo se había encargado de aportar argumentos a las decisiones que no siempre le fueron favorables. Supuso vidas en las que aquellas a las que quiso no tendrían huecos para las dudas y en el mejor de los casos prestarían un rincón a la imagen que de él guardasen . Era feliz, se convencía, y el retroceso no aportaba más que una carga de nostalgia a la que echar una mirada como álbum de instantáneas de lo que fue. Y así, en los días grises que tendía a sus horizontes, la elección del momento vivido venía a reconfortarle. Y hoy era una de ellos. Así que elevó la vista a la caja policromada del recuerdo en la que las instantáneas dormían. Puso rostro a aquella que le aportó alegrías como nunca antes hubo sentido. Volvió el perfil de su rostro que tantas veces acarició y los labios que compartiesen promesas hablaron de nuevo. Cerró los ojos y abrió vergüenzas. Allí recuperaron horas robadas con el ímpetu que las caricias imploran. Salieron los verdugos celosos de los celos a celar las alegrías que la dicha proporciona y en ellos dos no hubo tiempo para el mañana. No quiso preguntarse por los motivos que les llevaron a caminos divergentes. Resultaba demasiado doloroso reconocer la propia culpabilidad que no supo muy bien explicar ante las incógnitas que dejó sin responder. Sabe que la dañó como sólo daña la inconsistencia y que ningún paliativo remedio le vino en su auxilio. Sabe que quizás el rencor no ha disminuido con el paso del tiempo y que sigue vestido con la túnica del menoscabo. Sabe que el final de sus letras impronunciadas llamará a su puerta buscando redención. Pero sobretodo sabe que entre todas ellas, fue la única, la dejó marchar y debe seguir viviendo con esa pena.

 

Jesús(defrijan)

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