Por si el adiós me sorprende
Tenía las cicatrices de otros adioses aún vivas en la piel del
alma y decidió parapetarse en la trinchera del abandono propio. No siempre fue
quien tomó la decisión pero a pesar de ello un nudo se le fue trenzando en cada
ocasión. Los hubo fugaces como vuelos inconexos de las aves del capricho. Los
hubo eternos que duraron el tiempo que la eternidad destina a los amantes que
viven en la angustia del abandono. Los hubo, en fin, de tantos trazos como la
dicha del amor suele lanzar a la aventura del querer. Y sabía que las ilusiones
se fingían inmortales en un último intento de recuperar esperanzas. Seguían
apareciendo en sus sueños los rostros que marcaron sendas y ante los que esbozaba
una sonrisa vestida de preguntas. Desechaba rencores porque el tiempo se había
encargado de aportar argumentos a las decisiones que no siempre le fueron
favorables. Supuso vidas en las que aquellas a las que quiso no tendrían huecos
para las dudas y en el mejor de los casos prestarían un rincón a la imagen que de
él guardasen . Era feliz, se convencía, y el retroceso no aportaba más que una
carga de nostalgia a la que echar una mirada como álbum de instantáneas de lo
que fue. Y así, en los días grises que tendía a sus horizontes, la elección del
momento vivido venía a reconfortarle. Y hoy era una de ellos. Así que elevó la
vista a la caja policromada del recuerdo en la que las instantáneas dormían.
Puso rostro a aquella que le aportó alegrías como nunca antes hubo sentido.
Volvió el perfil de su rostro que tantas veces acarició y los labios que
compartiesen promesas hablaron de nuevo. Cerró los ojos y abrió vergüenzas.
Allí recuperaron horas robadas con el ímpetu que las caricias imploran.
Salieron los verdugos celosos de los celos a celar las alegrías que la dicha
proporciona y en ellos dos no hubo tiempo para el mañana. No quiso preguntarse
por los motivos que les llevaron a caminos divergentes. Resultaba demasiado
doloroso reconocer la propia culpabilidad que no supo muy bien explicar ante
las incógnitas que dejó sin responder. Sabe que la dañó como sólo daña la
inconsistencia y que ningún paliativo remedio le vino en su auxilio. Sabe que
quizás el rencor no ha disminuido con el paso del tiempo y que sigue vestido
con la túnica del menoscabo. Sabe que el final de sus letras impronunciadas llamará
a su puerta buscando redención. Pero sobretodo sabe que entre todas ellas, fue
la única, la dejó marchar y debe seguir viviendo con esa pena.
Jesús(defrijan)
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