miércoles, 19 de febrero de 2014


La poetisa

Vivía entre las líneas que la belleza esculpe desde los grafitos libertos. Allá que sus horas de obligaciones tocaban a su fin, el ánimo cobraba bríos y en pos del verso se encaminaba quien sedienta de pasiones cerraba su alma a la negativa del pudor. Había tenido que conformarse con el conformismo del confort en aras a la obediencia que la norma regía y en ello acortaba sus días. Nadie de los cercanos tuvo la valentía de hurgar en los interiores de aquella que todo lo daba a los vientos del necesitado. Compartió confidencias que llegaron a dañarla más que al penitente que las pronunciaba por hacerse partícipe solidaria de las mismas. No pudo ni quiso encadenar con grilletes de culpabilidades a quienes ya de por sí sufrieron desengaños. Y todo el consuelo les remitió desde la descarga agridulce de los versos florecidos. Siempre se preguntó el porqué de tal entrega y nunca tuvo paciente espíritu  para esperar respuesta. Daba, entregaba, cedía para no permitir pasos dañinos a corazones en vilo. Escribió para otros desde el pupitre del corazón con las letras de la sangre que bombeaba a la noche. Rara vez hablo de sí por creer injusto el protagonismo que restaría tiempo al remedio ajeno. Estaba presta, vivía presta, sabía a cierta. Supieron  quienes la disfrutaron del valor de su sonrisa, de la candidez de su mirada, de la tersura de su voz. Y nunca dejó en la estacada a aquellos que viese desvalidos, desesperados, abandonados. No tuvo conocimiento de los nuevos modelos a la hora de mostrar lo nacido y siguió fiel al clasicismo del papel. Adoraba el olor de las hojas que cocerían versos entre las llamas del deseo. Y el ocaso del día se vestía de alba a su llegada. Lo que nadie fue capaz de adivinar por más elucubraciones que intentaron fue la verdadera razón de su forma de ser. Todavía se preguntan si su vida fue tan real como aparecía en los álbumes del recuerdo. Saben que desconocen los motivos del hermetismo que llevase a la sensibilidad a vestirse de ella. Nadie ha sido capaz de recopilar lo que desperdigó como semillas sembradas en fértiles futuros. Creen los más jóvenes que no existió; que la imaginación de los adultos la creó para fingir sus propias debilidades. Lo que no saben es que todos aquellos a los que toman por viejos, guardan para sí, el manuscrito que un día les llegase de manos de aquella poetisa  que quiso, ante todo, versos felices para felices verlos.

 

Jesús   (defrijan)

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