La poetisa
Vivía entre las líneas que la belleza esculpe desde los
grafitos libertos. Allá que sus horas de obligaciones tocaban a su fin, el
ánimo cobraba bríos y en pos del verso se encaminaba quien sedienta de pasiones
cerraba su alma a la negativa del pudor. Había tenido que conformarse con el
conformismo del confort en aras a la obediencia que la norma regía y en ello
acortaba sus días. Nadie de los cercanos tuvo la valentía de hurgar en los
interiores de aquella que todo lo daba a los vientos del necesitado. Compartió
confidencias que llegaron a dañarla más que al penitente que las pronunciaba
por hacerse partícipe solidaria de las mismas. No pudo ni quiso encadenar con
grilletes de culpabilidades a quienes ya de por sí sufrieron desengaños. Y todo
el consuelo les remitió desde la descarga agridulce de los versos florecidos.
Siempre se preguntó el porqué de tal entrega y nunca tuvo paciente
espíritu para esperar respuesta. Daba,
entregaba, cedía para no permitir pasos dañinos a corazones en vilo. Escribió
para otros desde el pupitre del corazón con las letras de la sangre que
bombeaba a la noche. Rara vez hablo de sí por creer injusto el protagonismo que
restaría tiempo al remedio ajeno. Estaba presta, vivía presta, sabía a cierta.
Supieron quienes la disfrutaron del
valor de su sonrisa, de la candidez de su mirada, de la tersura de su voz. Y
nunca dejó en la estacada a aquellos que viese desvalidos, desesperados,
abandonados. No tuvo conocimiento de los nuevos modelos a la hora de mostrar lo
nacido y siguió fiel al clasicismo del papel. Adoraba el olor de las hojas que
cocerían versos entre las llamas del deseo. Y el ocaso del día se vestía de
alba a su llegada. Lo que nadie fue capaz de adivinar por más elucubraciones
que intentaron fue la verdadera razón de su forma de ser. Todavía se preguntan
si su vida fue tan real como aparecía en los álbumes del recuerdo. Saben que
desconocen los motivos del hermetismo que llevase a la sensibilidad a vestirse
de ella. Nadie ha sido capaz de recopilar lo que desperdigó como semillas
sembradas en fértiles futuros. Creen los más jóvenes que no existió; que la
imaginación de los adultos la creó para fingir sus propias debilidades. Lo que
no saben es que todos aquellos a los que toman por viejos, guardan para sí, el
manuscrito que un día les llegase de manos de aquella poetisa que quiso, ante todo, versos felices para
felices verlos.
Jesús (defrijan)
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