Alma vacía
Vivía entre las miserias que el vivir a medias lega a los
cobardes. Todos los años que le habían precedido llegaron cargados de miles de
proyectos entre los que ocupaba un lugar relevante la perpetua conquista.
Agraciado, agradecía al espejo la imagen que lucía y en base a ella escudaba
las últimas intenciones con presumible idéntico final. Pasó sus primaveras en
el vano intento de retardar el paso a aquellos ludos que le proporcionaban
alegrías tan ficticias como falsamente creíbles. Atracó en el puerto que a
todas luces pensó definitivo quien se postulaba como marinero de abiertos mares
que explorar con velas libres. Erró, y a pesar de ello, fingió su yerro. Según
cómo la jornada se presentase aparecía la esperanza en su vida y en ella
remaban la tristeza o la alegría con alternancia cruel del galeote desdichado
que ocupaba su puesto. Llegó a amar de tal modo que creyó ser merecedor de
tales ofrendas que el Olimpo le otorgaba sin querer reconocer que sólo era
capaz de amarse a sí mismo. Irredento del infierno en el que poco a poco fue
convirtiendo su existencia al paso que las canas marcaban por más intentos que
pusiese de su parte para recluirlas. Era dichosamente infeliz y se creía,
desgraciadamente, feliz. Adoleció de los arrestos para sincerarse y clamó arrestos
de su conciencia a aquellas que fueron suyas. Tuvo a bien cumplir la norma que
la sociedad espera de quien cubre etapas y de nuevo erró. Había nacido en la
cuna del egoísmo y no fue capaz de renunciar a él. Tomó de todas lo que
generosas le dieron aquellas ilusas que se negaban a creer su no compartir. Las
rebajó y tendió a sus alrededores las luces de gas que las adormecieron entre
lágrimas de incomprensiones. No quiso rectificar por saberse alumno avezado de
la enciclopedia que él mismo diseñó para su goce hedonista. Cientos de veces
perjuró en falso las redenciones de su malévola conciencia y cientos de veces
redimió para sí la misma falsedad. Había trazado unos límites en los que
siempre dejó un margen para la flaqueza que le tomó por sumiso. Y llegada la
que consideraba una más, la venganza le vino en bandeja de plata. Esta vez,
quizás por efecto de los años, sucumbió víctima aquel que siempre se supo
verdugo. Supo de las llagas que fue esparciendo en su propia piel y no fue
capaz de pedir clemencia al infinito. En ella se reunieron todas las afrentas
que hubo provocado y en una sola se redimieron. Probó de la cicuta más amarga
que suele tener reservado el destino a aquellos que juegan con fuego sin saber
que acabarán prendido en las últimas chispas que de las cenizas resurjan. Vedlo
y compadecedlo. Es aquel que camina cabizbajo, aquel que esconde su rostro,
aquel que lleva, y lo sabe, vacía su alma.
Jesús(defrijan)
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