domingo, 23 de febrero de 2014


Remite negro

Era el día en el que se suelen celebrar los cumplidos, a la espera de los por cumplir, y percibió un halo de incertidumbre que achacó al nerviosismos propio de tal fecha. Sabía que pronto, aquellos ausentes de abrazos que la distancia impedía acabarían tomando  posesión de sí mismos hasta agotar los tiempos que el descanso propiciaba. Se soñaban al no tenerse y se vivían al compartir esperas. Era común el trasiego de cartas en las que la premura de la voz se atropellaba con los deseos escritos a los que no se les quitaba ni el borrón surgido desde la inquietud de sus sueños. Noches en las que la luz se compadecía de ellos dos acentuando el retardo del descanso para hacerles vivir lo deseado. Ponían voz a la mudez que las cuartillas mostraban y sus intentos compensaban sobradamente tal hurto. A medida que se acercaba  la hora del reparto, la espera en el portal impedía el depósito de la carta en el buzón. Y así, aquel que se movía entre las agilidades del vuelo amoroso, recibió lo ansiado. Subió los tres pisos con rapidez y en la soledad de la habitación desnudó con cuidado lo que presumía como regalo de cumpleaños. No hubo filo mayor que el herrero del daño forjase. Allí, en medio de la contradicción, el adiós se teñía de negro y las velas se humedecían sin querer prenderse. Tuvo que releer lo no creíble para ser consciente de las razones que aquella a la que amaba desde la escasez del tiempo, le aportaba como fiscal insospechado. Dejó caer la carta sobre la mesa y sólo se compadecieron los lápices que guardaron silencio. Quiso gritar y no pudo. Quiso desplazarse a la cabina más próxima y fingir la no recepción para atisbar el consuelo del arrepentimiento, que sin duda, tendría.  Quiso enumerar la lista de desencantos que sin ser conocedor hubiese podido sembrar en aquella que llegó a creer que lo amaba. Y no pudo encontrar nada de lo que buscó. Desistió de fingir inmunidades ante aquellos que compartían vivienda y bajó atropelladamente a la calle. Allí le esperaba un nuevo mes de Marzo al que encomendar sus vientos. Allí, las escasas nubes que abandonaban los cielos, fingieron no ver el dolor que sentía y se retiraron prudentes al paso del Sol. Allí conoció por primera vez el sabor del desengaño, el perfume de la traición, el llanto hacia dentro. Regresó a su habitación y se juró para sí que jamás volvería a llorar por desamor. Hoy, que su vida discurre plácidamente, sentado a la mesa con los suyos, agasajado por ellos, querido por todos, ha vuelto a ser incapaz de no llorar mientras soplaba las velas. Todos creen que es  de dicha mientras él se dice  que siguen sin conocerlo.

 

Jesús(defrijan)

 

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