Remite negro
Era el día en el que se suelen celebrar los cumplidos, a la
espera de los por cumplir, y percibió un halo de incertidumbre que achacó al
nerviosismos propio de tal fecha. Sabía que pronto, aquellos ausentes de
abrazos que la distancia impedía acabarían tomando posesión de sí mismos hasta agotar los
tiempos que el descanso propiciaba. Se soñaban al no tenerse y se vivían al
compartir esperas. Era común el trasiego de cartas en las que la premura de la
voz se atropellaba con los deseos escritos a los que no se les quitaba ni el
borrón surgido desde la inquietud de sus sueños. Noches en las que la luz se
compadecía de ellos dos acentuando el retardo del descanso para hacerles vivir
lo deseado. Ponían voz a la mudez que las cuartillas mostraban y sus intentos
compensaban sobradamente tal hurto. A medida que se acercaba la hora del reparto, la espera en el portal
impedía el depósito de la carta en el buzón. Y así, aquel que se movía entre
las agilidades del vuelo amoroso, recibió lo ansiado. Subió los tres pisos con
rapidez y en la soledad de la habitación desnudó con cuidado lo que presumía
como regalo de cumpleaños. No hubo filo mayor que el herrero del daño forjase.
Allí, en medio de la contradicción, el adiós se teñía de negro y las velas se
humedecían sin querer prenderse. Tuvo que releer lo no creíble para ser
consciente de las razones que aquella a la que amaba desde la escasez del
tiempo, le aportaba como fiscal insospechado. Dejó caer la carta sobre la mesa
y sólo se compadecieron los lápices que guardaron silencio. Quiso gritar y no
pudo. Quiso desplazarse a la cabina más próxima y fingir la no recepción para
atisbar el consuelo del arrepentimiento, que sin duda, tendría. Quiso enumerar la lista de desencantos que
sin ser conocedor hubiese podido sembrar en aquella que llegó a creer que lo
amaba. Y no pudo encontrar nada de lo que buscó. Desistió de fingir inmunidades
ante aquellos que compartían vivienda y bajó atropelladamente a la calle. Allí
le esperaba un nuevo mes de Marzo al que encomendar sus vientos. Allí, las
escasas nubes que abandonaban los cielos, fingieron no ver el dolor que sentía
y se retiraron prudentes al paso del Sol. Allí conoció por primera vez el sabor
del desengaño, el perfume de la traición, el llanto hacia dentro. Regresó a su
habitación y se juró para sí que jamás volvería a llorar por desamor. Hoy, que
su vida discurre plácidamente, sentado a la mesa con los suyos, agasajado por
ellos, querido por todos, ha vuelto a ser incapaz de no llorar mientras soplaba
las velas. Todos creen que es de dicha
mientras él se dice que siguen sin
conocerlo.
Jesús(defrijan)
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