domingo, 23 de febrero de 2014


Amantes

Supieron descifrarse los rótulos que las miradas confluyentes esparcieron en sus pechos. La obligatoriedad de la costumbre había acostumbrado a aquellos dos a vivir a medias con las mitades decididas desde el gris que a viajes llevaban y a nada conducían. Eran solitarios acompañados que en las soledades diseñaban el boceto del deseo al que se veían abocados a renunciar. Por eso, aquella tarde en la que las formalidades ejercieron de  cicerones, algo en ellos despertó del letargo en el que vagaban. No hubo espacios para los ecos de los próximos y sí se batieron las contraventanas que encerraban sus sueños. Supieron que nada volvería a ser como hasta entonces y se dejaron vencer por la vorágine de los impulsos. Poco importó lo que a otros importaba desde el preciso momento en el que se descubrieron mitades a compartir. No hubo pactos previos ni horarios a los que someterse más que los dictados por la necesidad de beberse. Nada tenía sentido fuera del sinsentido que suponía este paralelismo de vida. Y cualquier sometimiento a la norma esclavizaba a aquellos que se veían sometidos  a ella. Poco importaba que en las sucesivas reuniones, los clanes comunes percibiesen lo que les unía y separaba de ellos. No se podía poner coto al viento en el que se mecían las querencias y dieron por idos a aquellos dos desprovistos de desesperos. Eran felices y las luces de las juiciosas tormentas no hacían más que contribuir a la iluminación de su caminar. Más pronto que tarde perdieron fuerza los argumentos penitentes que les espetaron las conciencias timoratas de los cobardes que les envidiaban desde el silencio. No se habían atrevido a dar el salto que ellos dos, esos a lo que falsamente repudiaban, osaron dar. No quisieron expandir argumentos sobre el tapete de la corrección porque la baraja que manejaban no portaba comodines para acomodaticios corazones. Siguen  viendo amaneceres en los ocasos que el día les presenta y tienen la plenitud que desde aquella fecha, osaron para sí capturar. Ríen condescendientes como suelen reír aquellos que se saben dueños de la verdad. Sin buscar aprobaciones, fueron capaces de trazar sus líneas por donde sólo la pasión conoce. Y mientras tanto, aquellos que les han seguido, a modo de ejemplo, se siguen preguntando el porqué del repudio que soportaron. No entienden que hubo otra época, otros entornos, otros cobardes, que fueron incapaces de perdonar a aquellos que se soñaron amantes desde el día en el que los rótulos que las miradas confluyentes esparcieron en sus pechos  saciaron a dos sedientos de sí mismos.

Jesús(defrijan)

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