Amantes
Supieron descifrarse los rótulos que las miradas confluyentes
esparcieron en sus pechos. La obligatoriedad de la costumbre había acostumbrado
a aquellos dos a vivir a medias con las mitades decididas desde el gris que a
viajes llevaban y a nada conducían. Eran solitarios acompañados que en las
soledades diseñaban el boceto del deseo al que se veían abocados a renunciar.
Por eso, aquella tarde en la que las formalidades ejercieron de cicerones, algo en ellos despertó del letargo
en el que vagaban. No hubo espacios para los ecos de los próximos y sí se
batieron las contraventanas que encerraban sus sueños. Supieron que nada
volvería a ser como hasta entonces y se dejaron vencer por la vorágine de los
impulsos. Poco importó lo que a otros importaba desde el preciso momento en el
que se descubrieron mitades a compartir. No hubo pactos previos ni horarios a
los que someterse más que los dictados por la necesidad de beberse. Nada tenía
sentido fuera del sinsentido que suponía este paralelismo de vida. Y cualquier
sometimiento a la norma esclavizaba a aquellos que se veían sometidos a ella. Poco importaba que en las sucesivas
reuniones, los clanes comunes percibiesen lo que les unía y separaba de ellos.
No se podía poner coto al viento en el que se mecían las querencias y dieron
por idos a aquellos dos desprovistos de desesperos. Eran felices y las luces de
las juiciosas tormentas no hacían más que contribuir a la iluminación de su
caminar. Más pronto que tarde perdieron fuerza los argumentos penitentes que les
espetaron las conciencias timoratas de los cobardes que les envidiaban desde el
silencio. No se habían atrevido a dar el salto que ellos dos, esos a lo que
falsamente repudiaban, osaron dar. No quisieron expandir argumentos sobre el
tapete de la corrección porque la baraja que manejaban no portaba comodines
para acomodaticios corazones. Siguen
viendo amaneceres en los ocasos que el día les presenta y tienen la
plenitud que desde aquella fecha, osaron para sí capturar. Ríen
condescendientes como suelen reír aquellos que se saben dueños de la verdad.
Sin buscar aprobaciones, fueron capaces de trazar sus líneas por donde sólo la
pasión conoce. Y mientras tanto, aquellos que les han seguido, a modo de
ejemplo, se siguen preguntando el porqué del repudio que soportaron. No
entienden que hubo otra época, otros entornos, otros cobardes, que fueron
incapaces de perdonar a aquellos que se soñaron amantes desde el día en el que
los rótulos que las miradas confluyentes esparcieron en sus pechos saciaron a dos sedientos de sí mismos.
Jesús(defrijan)
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