viernes, 7 de febrero de 2014


Llevaba su nombre

 
Los encabezamientos de aquellas cartas que el pudor no llegó a permitir enviar. Aquellas que nacieron de la expresa necesidad que la pasión irrefrenable aportaba al debe del que se supo perdedor desde el principio de la partida. Éste que caminaba entre las sombras que los cipreses tendieron a su paso mientras el desconsuelo le daba por vencido y derrotado. Humillado en la más inmensa sima que es capaz de cavar quien alzó paredes de esperanzas con la fragilidad de lo imposible. Quien fue diseñando guiones para la comedia en la que convirtió a su vida intentando infructuosamente limar el drama que destilaba su existencia. Éste, cuyo este no supo jamás conseguir amaneceres por los que discurriera la alegría que quiso esparcir y nunca recibió. Vagó por los ocasos en los que las derrotas se sientan  alrededor de la extinta llama del quejido común buscando plañideras ante su luto. Las graduaciones que los grados fueron pulsando en sus venas coronaron a este derrotado en el victorioso pelele de la mofa cercana. Nadie fue capaz de aventurarse hacia la solidaridad y la chanza ocupó su puesto. Burlaban las historias que fue sembrando como quien burla al astado incauto que ignora su fin. Y la renuncia a seguir pensándola se le hizo insoportable. La huella quedó prendida en los fangos de su alma que moldearon los barros del rechazo. Nunca el dolor fue más intenso ni más simulado que el nacido en el rictus de aquel que se enmascaraba de sí mismo. Ganó la potestad de vivir por encima de lo deseable bajo el límite de lo deseado y se creyó feliz. Sólo en los momentos en los que la cordura pidió permiso para instalarse flaqueó ante la severidad de la evidencia. Ella habitaba otro universo  al que no tenía acceso y alrededor del cual nunca pudo dejar de gravitar su pena. Siguió como sólo los desesperados siguen, embalsado en la tristeza. Sabía que su precipicio estaba unido al desarme de sus letras y por más que luchaba hacia él se encaminaba. Las letras devueltas nunca vinieron de vuelta por ser de único sentido las que nacieron de él. Y sin embargo la esperanza siempre vino a socorrerlo. Juglar del destiempo en el que los perdedores sólo tienen cabida en la caverna de la misericordia, vibró como laúd desafinado frente al muro de lamentos que tapiaron su existencia. Cayó sobre sí mismo el letrero no manuscrito del consuelo que nunca tuvo en el que se podía leer, “Lleva tu nombre”

 

Jesús(defrijan)

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