domingo, 31 de marzo de 2019


Fiebre del Sábado Noche

Dicen que cada generación precisa de una película que la identifique cuando cualquier miembro que no perteneció a dicha etapa quiera saber cómo fue. Así se podría comprobar a nada que la videoteca de cada quien se desempolvase desde el plumero de la nostalgia y regresaran los años contados a las cercanías de la veintena. Este es el caso, esta es la película que hoy pide paso. Y lo hace desde la noticia surgida sobre la salida a subasta de la pista de baile que tanta fama le diese a Travolta en aquellos inolvidables contoneos. Música disco cuando las discotecas se vestían de templos en los que profesar liturgias los sábados. Ritmos frenéticos que la bola de cristal acompasaba girando sobre los sueños y temores de los adolescentes que éramos y dejamos de ser. Allí, Tony Manero, un sencillo aprendiz de dependiente, neoyorquino de raíces italianas, daba rienda suelta a su papel de héroe en el campo de batalla que las agujas del tocadiscos marcaban. El disc-jockey de turno asumiendo su papel segundo en la obra y el concurso preparado para demostrar una vez más quién era el mejor agitando su traje de tres piezas inmaculadamente blanco. Y de cuando en cuando, el ensayo para buscar la perfección. Y de vez en vez, la reiteración del puesto en el ballet improvisado cuando los falsetes de los Bee Gees consideraban llegado su momento. Tres minutos que se hacían escasos e inmortales como fehacientes testigos de un tiempo irremediablemente veloz. Conflictos de fe en la propia familia del protagonista que luchaba contra lo que consideraban contaminación inadmisible de sus raíces. Canto al desarraigo que a más de un exégeta del celuloide le provocó sarpullidos en los poros de su intelecto. Ni entendieron nada, ni posiblemente sigan sin comprender lo que supuso sentirse partícipes de una época. Todo aquello que fuese infravalorado por las críticas sesudas firmadas desde las bufandas de los subtítulos, merecía la reprobación inmediata. Esos “meacolonias” probablemente eran unos zotes patosos que nunca se atrevieron a hacerse un hueco en la pista y dejarse llevar por la alegría de los diecinueve años. Esos, a los que el espejo les devuelve la sonrisa irónica que les cataloga de lo que ignoran que son, esos, hoy darían cualquier cosa por una oportunidad de regresar a soñarse héroes en la “2001 Odissey”. Otros, os lo aseguro, cada vez que la nostalgia pide paso, se lo damos y nos alegramos de saber que fuimos partícipes de una generación a la que alguien retrató perfectamente en una obra titulada Fiebre del Sábado Noche.

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