Armados hasta los dientes
Quienes tenemos ya una edad lo suficientemente amplia somos fieles
testigos de cómo las armas fueron parte de nuestro crecimiento. Aquellas
pistolas imitadoras de los revólveres del lejano oeste lucían cachas plateadas
y se sustentaban sobre un cinto de plástico ornado con las balas convenientes.
A veces, incluso un puñal venía a sumarse al arsenal infantil y ya el colofón
lo aportaba la estrella de seis puntas que nos asignaba la labor de custodios
de leyes al más puro estilo pistolero. Del acento sudamericano que fluía de las
televisiones quisimos entender que venía a sumarse al arrojo del sheriff en cuestión. Matábamos,
moríamos, resucitábamos y entre las zarzas y los olivos dábamos salida a las
imaginaciones que aquellos años propiciaban. Con el tiempo, algunos dieron paso
a los rifles de balines y con ello perdieron la inocencia y ganaron trofeos en
forma de gorriones según la puntería. Con el tiempo, algunos optaron por las
escopetas como salida cinegética para sus aficiones. Otros, en cambio, pasamos
de puntillas sobre las exigencias de la milicia demostrando tal ineptitud
frente a las dianas que las municiones se exiliaron de nuestras vidas. Sea como
fuere, parece ser que la moda norteamericana se quiere importar y con ella la
posibilidad de llevar a las últimas consecuencias lo que nació como juego de
niños. Y aquí empiezan mis dudas. Pensar que llevar un arma en modo admonitorio
te va a proporcionar más seguridad acabará derivando en epílogos que todos
conocemos. Ver cómo el uso del arma reglamentaria le supone un sinfín de
problemas a un policía sevillano quizás provoca la deriva hacia la adquisición
bajo el lema de “sálvese quien pueda” De cualquiera de las dos opciones se irán
destilando seguidores y detractores. Mucho me temo que conforme vayan aumentando las proclamas exacerbadas con
dos puntos sumamente distantes y contrapuestos. Así que aquí me hallo, en un
mar de dudas. No sé si pasarme por la armería mejor surtida y pedir la
Parabellum 9 mm, el Magnum 45, o el
Smith and Wesson del especial para cargarlo encima y que me libre de todo mal.
De las escopetas, rifles, ametralladoras o lanzagranadas, haré caso omiso; no me caben en ningún armario y el
trastero está que revienta de chismes. O eso, o mejor intento recuperar del
modo que sea aquella cartuchera de la infancia. Seguramente no infundiré el más
mínimo temor y llegado el caso pensarán que he perdido la razón mientras me
encañonan con una recortada. Será el momento de imitar a Cantinflas y
convertirme en el pistolero capaz de disparar con balas de fogueo cargadas de ironía.
Siempre es buen momento aquel que nos lleva de vuelta a la niñez. En esa edad todo era mucho
más creíble y mucho menos peligroso.
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