miércoles, 20 de marzo de 2019


Armados hasta los dientes




Quienes tenemos ya una edad lo suficientemente amplia somos fieles testigos de cómo las armas fueron parte de nuestro crecimiento. Aquellas pistolas imitadoras de los revólveres del lejano oeste lucían cachas plateadas y se sustentaban sobre un cinto de plástico ornado con las balas convenientes. A veces, incluso un puñal venía a sumarse al arsenal infantil y ya el colofón lo aportaba la estrella de seis puntas que nos asignaba la labor de custodios de leyes al más puro estilo pistolero. Del acento sudamericano que fluía de las televisiones quisimos entender que venía a sumarse  al arrojo del sheriff en cuestión. Matábamos, moríamos, resucitábamos y entre las zarzas y los olivos dábamos salida a las imaginaciones que aquellos años propiciaban. Con el tiempo, algunos dieron paso a los rifles de balines y con ello perdieron la inocencia y ganaron trofeos en forma de gorriones según la puntería. Con el tiempo, algunos optaron por las escopetas como salida cinegética para sus aficiones. Otros, en cambio, pasamos de puntillas sobre las exigencias de la milicia demostrando tal ineptitud frente a las dianas que las municiones se exiliaron de nuestras vidas. Sea como fuere, parece ser que la moda norteamericana se quiere importar y con ella la posibilidad de llevar a las últimas consecuencias lo que nació como juego de niños. Y aquí empiezan mis dudas. Pensar que llevar un arma en modo admonitorio te va a proporcionar más seguridad acabará derivando en epílogos que todos conocemos. Ver cómo el uso del arma reglamentaria le supone un sinfín de problemas a un policía sevillano quizás provoca la deriva hacia la adquisición bajo el lema de “sálvese quien pueda” De cualquiera de las dos opciones se irán destilando seguidores y detractores. Mucho me temo que conforme  vayan aumentando las proclamas exacerbadas con dos puntos sumamente distantes y contrapuestos. Así que aquí me hallo, en un mar de dudas. No sé si pasarme por la armería mejor surtida y pedir la Parabellum 9 mm, el Magnum 45,  o el Smith and Wesson del especial para cargarlo encima y que me libre de todo mal. De las escopetas, rifles, ametralladoras o lanzagranadas, haré caso  omiso; no me caben en ningún armario y el trastero está que revienta de chismes. O eso, o mejor intento recuperar del modo que sea aquella cartuchera de la infancia. Seguramente no infundiré el más mínimo temor y llegado el caso pensarán que he perdido la razón mientras me encañonan con una recortada. Será el momento de imitar a Cantinflas y convertirme en el pistolero capaz de disparar con balas de fogueo cargadas de ironía. Siempre es buen momento aquel que nos lleva  de vuelta a la niñez. En esa edad todo era mucho más creíble y mucho menos peligroso.

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