domingo, 17 de marzo de 2019


El hijo del hielo
Reconozco mi debilidad por los libros ignorados que ocupan huecos en las librerías. Olvidados, casi despreciados, a la espera de algún rescate que les aporte consuelo. De modo, que una vez más, no me pude resistir y apadriné esta obra que firma Elizabeth McGregor. Una novela con tres secuencias superpuestas que se interrelacionan a modo de varillas de un abanico blanco. Sobre todo por tomar como marco principal el prestado por los hielos eternos del Ártico. Un historiador que intenta reconstruir los pasos perdidos de unos osados navegantes que buscaban rutas. Un hijo que en su fuero interno intenta superar al padre y no siempre es capaz de salir victorioso de sus propios traumas. Una exmujer que rechaza la idea de no ser el tótem de toda la familia que ya no lo es. Una nueva mujer que lucha contra las adversidades que le han llegado de golpe. Y de cuando en cuando, la vida animal de una osa, su osezno, y las mil circunstancias que le afines para sobrevivir en semejantes lares. Incesantes idas y vueltas al ayer en la narración como queriendo demostrar los límites del tesón y las fronteras de la soberbia que se cree invencible. Saltos alternos entre los glaciares y las salas del hospital que se enmarcan con un abrupto arrepentimiento que resulta cuando menos dudoso. No está mal el paseo por este filo de lo imposible pero resultan innecesarios esos toques de sentimentalismo metidos con calzador. Por un momento, como suele ser habitual, la idea de haber leído algo similar en algún otro sitio te viene a la cabeza. Por un momento, el anuncio de una compañía de seguros te asalta en mitad de las correrías de los úrsidos. Por un momento, las camillas hospitalarias se abren  paso entre los catéteres al toque de sirenas ambulantes. Por un momento, de modo definitivo, exclamas un adiós y recuerdas cómo has contribuido a paliar la soledad de un libro que miraba con envidia a los vecinos de la primera línea de ventas. Y de paso agradeces la clase de hematología que se te ha ofrecido sin pedirla. Solamente queda por concretar la posibilidad de viajar a aquellos confines y ser testigo directo de las auroras boreales que tanta fama tienen. Si llega ese día, prestaré especial cuidado en qué tipo de comida enlatada llevo. Yo sé porqué lo digo y no pienso desvelar el secreto. Leedlo y después opinad. La primavera está a punto de llegar y los deshielos siempre dejan una vía libre por la que pasar.

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