martes, 12 de marzo de 2019


1. Sergi y Carlos


A veces las imágenes hablan por sí solas. Te retrotraen a tiempos de tebeos en los que un dúo inquieto daba paso a la sucesión de travesuras para desespero de sus mayores. A veces te llevan a la sala de cine donde presenciaste las peripecias de dos hombres buscando un destino más allá de donde pudiese alcanzarles la justicia. A veces te traslada a las sendas que cruzaban huertos por los que soñarse pistolero cabalgando al inexistente caballo. Y todo esto no hace más que redundar en el giro circular que la vida ofrece. Así, tal cual, este binomio se manifiesta. Parecen competir en la inexistente pugna por diseñar la experiencia más ocurrente. Buscan en los orificios los signos de vida que la premura da por inexistentes. Cruzan espacios como si de sus pasos se diseñasen los meridianos que la cordura desconoce. Miran hacia arriba lanzando un interrogante sin esperar mejor respuesta que la que ya se han otorgado. Dominan el trono que se les ha asignado y principean coronados ante los súbditos que se les ofrecen. Podrías colmar el vaso del temple y seguirías solicitando unos centímetros más de altura para abarcar las dimensiones del zen que te es esquivo. Ves cómo desde el azul de uno se expanden las miradas suplicantes y desde el azabache del otro se segmentan cabellos a su libre albedrío. Pugnan contra las normas sin entender muy bien el sentido estricto de las mismas ni la necesidad de su existencia. Vagan de aquí para allá asiendo con sus falanges la vida que les ofrece lo que quizás no imaginan. Trazan con sus brazos el arco carente de flechas que imitan sin pararse a valorar qué representa. Crecen, y con eso basta. De la anécdota componen un capítulo de vida y poco a poco le van dando forma al libro recién comenzado. Ni siquiera sospechan que los trazos valorados desde el defecto puedan ser catalogados como imperfectos. Ellos, volátiles seres de inmaculados latidos, se hacen merecedores de que la risa se camufle entre las hojas de la reprimenda. Probablemente, dentro de nada, antes de lo que se imaginan, sepan disculpar a quien los quiere mayores a los tres años de vida. Entonces distinguirán perfectamente las bromas de lo que no lo son y ya nada tendrá remedio. Mientras ese momento llega, lo mejor será volverse a poner la careta de la tragedia por más deseos de reír que tengas ante sus nuevas ocurrencias.

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