1. Sergi y Carlos
A veces las imágenes hablan
por sí solas. Te retrotraen a tiempos de tebeos en los que un dúo inquieto daba
paso a la sucesión de travesuras para desespero de sus mayores. A veces te
llevan a la sala de cine donde presenciaste las peripecias de dos hombres
buscando un destino más allá de donde pudiese alcanzarles la justicia. A veces
te traslada a las sendas que cruzaban huertos por los que soñarse pistolero
cabalgando al inexistente caballo. Y todo esto no hace más que redundar en el
giro circular que la vida ofrece. Así, tal cual, este binomio se manifiesta.
Parecen competir en la inexistente pugna por diseñar la experiencia más
ocurrente. Buscan en los orificios los signos de vida que la premura da por
inexistentes. Cruzan espacios como si de sus pasos se diseñasen los meridianos
que la cordura desconoce. Miran hacia arriba lanzando un interrogante sin
esperar mejor respuesta que la que ya se han otorgado. Dominan el trono que se
les ha asignado y principean coronados ante los súbditos que se les ofrecen. Podrías
colmar el vaso del temple y seguirías solicitando unos centímetros más de
altura para abarcar las dimensiones del zen que te es esquivo. Ves cómo desde
el azul de uno se expanden las miradas suplicantes y desde el azabache del otro
se segmentan cabellos a su libre albedrío. Pugnan contra las normas sin
entender muy bien el sentido estricto de las mismas ni la necesidad de su
existencia. Vagan de aquí para allá asiendo con sus falanges la vida que les
ofrece lo que quizás no imaginan. Trazan con sus brazos el arco carente de
flechas que imitan sin pararse a valorar qué representa. Crecen, y con eso
basta. De la anécdota componen un capítulo de vida y poco a poco le van dando
forma al libro recién comenzado. Ni siquiera sospechan que los trazos valorados
desde el defecto puedan ser catalogados como imperfectos. Ellos, volátiles
seres de inmaculados latidos, se hacen merecedores de que la risa se camufle entre
las hojas de la reprimenda. Probablemente, dentro de nada, antes de lo que se
imaginan, sepan disculpar a quien los quiere mayores a los tres años de vida. Entonces
distinguirán perfectamente las bromas de lo que no lo son y ya nada tendrá
remedio. Mientras ese momento llega, lo mejor será volverse a poner la careta
de la tragedia por más deseos de reír que tengas ante sus nuevas ocurrencias.
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