sábado, 9 de marzo de 2019


Donato P.


“Noches como esta de luna llena son las que aprovechan los jabalíes para bajar del cerro a comerse las panochas”, dijiste a modo de prefacio cuando julio se hubo abierto paso. Presté oídos y los detalles de la captura de aquel ladrón de cosechas ocuparon el hueco de la sombra que la farola expandía sobre la acera. Un curso cinegético que venía a sumarse a la sapiencia que siempre demostraste hablaba de cómo eras. Como si de repente se hubieran abierto las aulas hasta entonces desconocidas por aquel adolescente que era, la enciclopedia no escrita vivía en ti y en ti se mostraba. El paso del tiempo nos llevó a compartir momentos en los que mostrar a las generaciones siguientes el modo en el que se reproduce la vida por muy enjaulada que esté. Hiciste de guía hacia quienes desconocían límites fronterizos y sacaste a la luz sacrificios de primogénito encargado de vigilar a los suyos. Fuiste el buhonero avispado capaz de mutarse en vendedor cuando la ocasión se puso delante. Fuiste el consentidor pleno del capricho cuando el capricho lo exigía la niñez. Trashumante de caminos de los que hacías gala como buscando devolverles las gracias. Orientador de causas perdidas a las que encontrarles salida. Retador invencible a las dolencias que te soñaban cautivo sin reconocer su error. Punto equidistante entre quienes del vociferio buscaban la imposición. Redentor de aquellos que intentaban imponer como lema la injusticia negando sendas por las que avanzar futuros. Amigo de aquellos que miraban de frente luciendo sinceridades. Esquivo desde la ironía con quienes soñaban ser lo que jamás serían. Leñador que pulía los filos del hacha con la sutileza suficiente para evitar el daño innecesario. Orador  preciso que dejaba hacer por más disconforme que fuese con las acciones. Lince que fue dejándose la vista en un intento de evitarse a sí mismo el retrato exhibido enmarcado con la estupidez barnizada de soberbias. Paciente acostumbrado a ser el vivo involuntario de los dardos de una diana que llevaba su nombre. Sarmiento de la cepa capaz de trasegar en vino exquisito macerado por sus pisadas. Referente de un tiempo que para muchos sonará a extraño y que fue tan cierto como la memoria plasma. Hoy, amigo mío, la luna se muestra creciente y la primavera se asoma. Aquellas cosechas dejaron de ser para convertirse en fuente luciendo tu nombre. Probablemente algún inquilino de las hoces bajará cuando la llena regrese. Probablemente la brisa no dé pistas del peligro que se le cierne. Probablemente abreve de ti desconociendo que una noche de julio de hace años fuiste el maestro de vida que jamás dejaste de ser.

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