miércoles, 27 de marzo de 2019




1. Los Baixauli Portillo


No sé exactamente por dónde empezar, lo reconozco. Si comienzo por Rafa, probablemente me regresen como réplica las primeras notas de aquellos vinilos que en tiempos pasados dieron fe de dominio de platos y amplificadores radiofónicos. Si comienzo con Mari Carmen, lo más previsible será recibir como respuesta la sonrisa enmarcada entre comprensiones hacia la labor que tantas veces se cuestiona y ella aprueba sin dudar. Y lo hará, además, escanciando el manjar dulcemente fallero que rebose de dulzor con el farton adecuado. Sabrá que la infancia se escapa irremediablemente y no es cuestión de amargarla bajo cualquier excusa remediable. Puede que entre ambos hayan lidiado tantas y tantas embestidas del morlaco inesperado que se han forjado un fajín preventivo sobre el que descargar tensiones. De las astas del capricho curarán las heridas como si el trofeo a exhibir mereciese la pena a pesar del coste de la impopularidad. Todavía recuerdo cómo Iván se me presentó con un obsequio que procuraba nombrarme corredor del encierro. Todavía recuerdo cómo se emocionaba al recordar sus vivencias en Iruña y en las cercanías de Viver intentando hacerme partícipe de las mismas. Estaba tan habituado a los recortes que jamás dudó en sacarlos a relucir cuando en el coso del aula el sobrero de la duda no le aportaba soluciones. Se situaba en los medios y calzaba sobre su intelecto las banderillas adecuadas para salir airoso del trance. Pocas veces escuchó los avisos que amenazaban su regreso a corral que desde su fuero interno sabía que otros tendrían, que otros tuvieron. Y llegado el calendario, Andrea, como colofón y cierre, sigue manifestando el cúmulo de aptitudes y actitudes que le han sido asignadas por la herencia y el cultivo diario. Mira, analiza, calla y si llega el caso, protesta. Casi siempre desde los argumentos de los catorce en los que los vaivenes del sí y el no dan cumplida cuenta a los ánimos. Capta la ironía mientras caligrafía las letras como si de una impensable monja medieval encerrada en la biblioteca del monasterio se tratase. Podría enmarcarse a modo de papiro para muestra futura. Incluso llegado el momento del descuido ortográfico pareciera que el leve soplido que entró por la ventana se ha encargado de cometerlo y la exime del fallo. Ríe con la franqueza que le nace porque sabe cuál es el fondo del que extraer corolarios. Defensora de causas desde el argumento de la comprensión, se situará en el lugar del otro para rebajar penitencias. Este póquer de ases ha elegido pertenecer al mazo de cartas sin marcar y solamente necesita un tapete de fieltro verde para reanudar la partida; eso sí, sin comodines.

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