1. Los Baixauli Portillo
No sé exactamente por dónde empezar, lo reconozco.
Si comienzo por Rafa, probablemente me regresen como réplica las primeras notas
de aquellos vinilos que en tiempos pasados dieron fe de dominio de platos y
amplificadores radiofónicos. Si comienzo con Mari Carmen, lo más previsible
será recibir como respuesta la sonrisa enmarcada entre comprensiones hacia la
labor que tantas veces se cuestiona y ella aprueba sin dudar. Y lo hará,
además, escanciando el manjar dulcemente fallero que rebose de dulzor con el
farton adecuado. Sabrá que la infancia se escapa irremediablemente y no es
cuestión de amargarla bajo cualquier excusa remediable. Puede que entre ambos
hayan lidiado tantas y tantas embestidas del morlaco inesperado que se han
forjado un fajín preventivo sobre el que descargar tensiones. De las astas del
capricho curarán las heridas como si el trofeo a exhibir mereciese la pena a
pesar del coste de la impopularidad. Todavía recuerdo cómo Iván se me presentó
con un obsequio que procuraba nombrarme corredor del encierro. Todavía recuerdo
cómo se emocionaba al recordar sus vivencias en Iruña y en las cercanías de
Viver intentando hacerme partícipe de las mismas. Estaba tan habituado a los
recortes que jamás dudó en sacarlos a relucir cuando en el coso del aula el
sobrero de la duda no le aportaba soluciones. Se situaba en los medios y
calzaba sobre su intelecto las banderillas adecuadas para salir airoso del
trance. Pocas veces escuchó los avisos que amenazaban su regreso a corral que
desde su fuero interno sabía que otros tendrían, que otros tuvieron. Y llegado
el calendario, Andrea, como colofón y cierre, sigue manifestando el cúmulo de
aptitudes y actitudes que le han sido asignadas por la herencia y el cultivo
diario. Mira, analiza, calla y si llega el caso, protesta. Casi siempre desde
los argumentos de los catorce en los que los vaivenes del sí y el no dan
cumplida cuenta a los ánimos. Capta la ironía mientras caligrafía las letras
como si de una impensable monja medieval encerrada en la biblioteca del
monasterio se tratase. Podría enmarcarse a modo de papiro para muestra futura.
Incluso llegado el momento del descuido ortográfico pareciera que el leve
soplido que entró por la ventana se ha encargado de cometerlo y la exime del
fallo. Ríe con la franqueza que le nace porque sabe cuál es el fondo del que
extraer corolarios. Defensora de causas desde el argumento de la comprensión,
se situará en el lugar del otro para rebajar penitencias. Este póquer de ases
ha elegido pertenecer al mazo de cartas sin marcar y solamente necesita un tapete
de fieltro verde para reanudar la partida; eso sí, sin comodines.
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