domingo, 31 de marzo de 2019


A puerta cerrada


Hace catorce meses me llegó de la mano de la amistad este poemario de Luis García Montero. Y como todo poemario que se precie de serlo parece que la alianza con los días de lluvia es preceptivo paso encaminado a iluminar con su belleza la penumbra del gris. De modo que lo abres al azar y te dejas sorprender. Vuelves a comprobar cómo el autor no poemiza desde el yo sino más bien lo hace desde el tú para que te sientas desnudo y a la vez reconocido. Así, casualmente o no, la decimocuarta estación se te abre bajo el título de “Vigilar un examen” y algo en ti se alerta. Vas a ver qué ha compuesto como si pretendieses descubrirte a través de sus letras. Poco tiempo necesitas para resolver la duda que intuías inexistente. Sientes un ir y regresar de la tarima al pupitre que el poeta plasma intentando desterrar la labor policial que la vigilancia le exige. Rememora aquellas edades en las que la obediencia debida añadía una disculpa para evitar más decepciones a las sotanas encargadas de tu formación. Plantea un rechazo pleno a la instrucción encaminada a cortar alas para impedir vuelos y en cierta medida te reconforta saber que tú también has hecho la vista gorda en alguna ocasión. Hallas en mitad de sus versos tantas verdades que niegas transcendencia al orden de las preguntas esparcidas sobre los folios. “Dos ojos de persona mayor doctorada en antiguas esperanzas…” te acaban asaeteando las migajas de dudas que a modo de certezas te servían de alimento. Reposas, vuelves a mirar a través del cristal, sigue la lluvia y paras la lectura. Empiezas a entender que el auténtico examen que has de vigilar es el de tu misma recuperación si la posibilidad te es ofrecida. De poco servirán las incesantes vueltas a la noria que les resulta inapetente, extraña, prestada. Buscas en la alquimia de estas letras la piedra filosofal que les devuelva la esperanza a quienes aún no se han envenenado con las decepciones. Imaginas la desrobotización que serías capaz de prender y aplaudes el hecho de que alguien de un nivel infinitamente superior haya abierto la brecha como cuña de posibilidades. Sonríes sin creerte a la dedicatoria de las páginas albas y recuerdas que mañana tienes un nuevo examen. Mientras lo diseñas se va resolviendo la duda de cómo lo vigilarás y nada más cesar momentáneamente la llovizna de la mañana gris, encuentras la respuesta.

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