1. Luis García Montero
Ni tengo la proximidad suficiente, ni la categoría
necesaria, ni los datos precisos como para describir a este poeta. Simplemente
convertiré el zapeo vespertino dominical en la paleta de colores múltiples que
intenten retratar a Luis García Montero. Será una visión tan personal que no
resultaría extraño verla como exigua. El atrevimiento, y con él la admiración
devenida, escriben por mí y a ellos derivo cobardemente las culpas del
resultado final. La suerte llamó a las puertas del mando a distancia cuando los
goles de una cadena buscaban pausa. Cambié y el mismísimo título ya decía más
de lo que se suele degustar como imprescindible siendo solamente medianía.
Allí, tras ese rostro de niño, aparecía el poeta. Y lo hacía desde el gabán de
la humildad que los grandes suelen vestir para no humillar a los mediocres.
Hablaba el ser humano y hablaban por él las experiencias de quienes le son y
fueron cercanos. Un niño crecido al compás de las rimas del Bósforo que le
brindaron la oportunidad de encaminar su travesía adecuadamente. Un ser en cuya
mirada se descubren tantas razones que se dirigen hacia las yemas de sus
pensamientos para darles salida. Un señor al que la vida, el día a día, le
ofrece los motivos para componer versos desde la excelencia de la sencillez.
Versos que rechazan la mirada hacia el ombligo por considerarla aburrida,
egoísta, encerrada. Él escribe para que los demás se vean reflejados si la vida
les permite el goce de su obra. Un ser que rechaza los viernes por
considerarlos los cabos cuarteles de la corrección, merece mucho la pena. Un
profesor que inunda las paredes de su existencia con los papeles pintados de
firmas a veces olvidadas, merece la pena. Un granadino que sabe extraer de las
esencias de la multiculturalidad el germen auténtico de la belleza, merece,
vaya que sí, la pena. Filósofo capaz de dejar abierta la ventana de la vida
para que la amistad la barnice, las arenas la calcen y el viento de levante
oree sus sentimientos. Ni sé ni me importa cuál fue el resultado del partido
que dejé a mitad. Había cosas mucho más importantes a las que prestar atención.
Un imprescindible llamado Luis García
Montero, poeta de un tiempo en el que serlo parece sencillo, quiso cerrar un
anodino domingo del modo más hermoso que uno se puede uno imaginar y vaya si lo
consiguió.
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