lunes, 25 de marzo de 2019




1. Luis García Montero


Ni tengo la proximidad suficiente, ni la categoría necesaria, ni los datos precisos como para describir a este poeta. Simplemente convertiré el zapeo vespertino dominical en la paleta de colores múltiples que intenten retratar a Luis García Montero. Será una visión tan personal que no resultaría extraño verla como exigua. El atrevimiento, y con él la admiración devenida, escriben por mí y a ellos derivo cobardemente las culpas del resultado final. La suerte llamó a las puertas del mando a distancia cuando los goles de una cadena buscaban pausa. Cambié y el mismísimo título ya decía más de lo que se suele degustar como imprescindible siendo solamente medianía. Allí, tras ese rostro de niño, aparecía el poeta. Y lo hacía desde el gabán de la humildad que los grandes suelen vestir para no humillar a los mediocres. Hablaba el ser humano y hablaban por él las experiencias de quienes le son y fueron cercanos. Un niño crecido al compás de las rimas del Bósforo que le brindaron la oportunidad de encaminar su travesía adecuadamente. Un ser en cuya mirada se descubren tantas razones que se dirigen hacia las yemas de sus pensamientos para darles salida. Un señor al que la vida, el día a día, le ofrece los motivos para componer versos desde la excelencia de la sencillez. Versos que rechazan la mirada hacia el ombligo por considerarla aburrida, egoísta, encerrada. Él escribe para que los demás se vean reflejados si la vida les permite el goce de su obra. Un ser que rechaza los viernes por considerarlos los cabos cuarteles de la corrección, merece mucho la pena. Un profesor que inunda las paredes de su existencia con los papeles pintados de firmas a veces olvidadas, merece la pena. Un granadino que sabe extraer de las esencias de la multiculturalidad el germen auténtico de la belleza, merece, vaya que sí, la pena. Filósofo capaz de dejar abierta la ventana de la vida para que la amistad la barnice, las arenas la calcen y el viento de levante oree sus sentimientos. Ni sé ni me importa cuál fue el resultado del partido que dejé a mitad. Había cosas mucho más importantes a las que prestar atención. Un  imprescindible llamado Luis García Montero, poeta de un tiempo en el que serlo parece sencillo, quiso cerrar un anodino domingo del modo más hermoso que uno se puede uno imaginar y vaya si lo consiguió.

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