Una temporada en el infierno
En ocasiones pesamos que las drogas son las mayores causantes
de los desequilibrios emocionales. Damos crédito a las autoridades que nos
advierten de las consecuencias y a veces las experiencias cercanas acaban
reafirmando semejantes desventuras. Cierto, todo muy cierto. Pero quizás en el
listado de las sustancias psicotrópicas habría que hacer un hueco a los poemas
nacidos de seres peculiares. Y aquí, en este poemario breve firmado por Rimbaud,
la prueba fehaciente de lo arriba expuesto. Como si de un condenado penitente
se tratase, el autor se desplaza y nos lleva con él por los estados anímicos y
mentales que le tildan de loco desde la racionalidad. Ahí se reafirma el epíteto
tan comúnmente admitido hacia los poetas y con un esfuerzo más que notable el
lector debe asirse a los pasamanos próximos por los que el desequilibrio
transita. Desesperanzas preñadas de nostalgias van circundando primaveras
ficticias dejándose llevar por los pecados de la virtud sin buscar mayor fin
que la inmediatez. Apariciones bíblicas desde todos los ángulos reprueban o
aplauden a su libre albedrío los vaivenes de quien se nos presenta como regreso
en su camino de ida. Por momento se desliza entre los labios del lector el
sabor intenso de la absenta y las volutas del opio que nublan, o mejor dicho
aclaran, los teoremas de un caos que a nadie debe respuestas. Vírgenes locas,
esposos infernales, diálogos celestes y delirios nacidos de los matraces de un
alquimista refugiado en la torre más alta que el desvarío del hambre emocional
erige. Hechizos en busca de la dicha que tantas veces le es esquiva a un poeta
llamado a ser el inmortal Jean Arthur
Rimbaud que firma la obra. A punto de
entrar en la veintena, se nos muestra desnudo de convencionalismos. Como si renunciara
de antemano a lo que se le viene encima este canto de cisne adolescente se iza
como preludio de juveniles generaciones posteriores que tan de moda se pondrían. Ácrata obediente
a sus instintos de los que va diseñando unos caminos sin asfaltar amojonados con
la prosa poética que lo convierte en inmortal. Que cada quien decida si hoy, día
que se ha decidido dedicar a la Poesía, merece la pena o no, traspasar el
umbral de lo comúnmente recitado. Probablemente descubra en este libro el tormento
interno de alguien que supo sacar a la luz a las legiones de demonios que se
alistaron en su propio infierno. Lo demás, es otro nivel, indudablemente.
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