miércoles, 6 de marzo de 2019


El precio de la prepotencia




El éxito se siembra, se cultiva, se riega, se abona y con algo de fortuna, se recoge. Solamente se precisa seguir las reglas que la Naturaleza manda y cumplirlas del modo más preciso posible.  Incluso puede suceder que llegado el momento de la recolección, aun sabiendo que no has dedicado la atención que merecía, tu cosecha sea fructífera y con ello llegue a ti la satisfacción. A poco que las palmadas de los demás acudan a tu espalda, desde la ceguera propia, creerás que el éxito lo merecías y por lo tanto se ha hecho justicia. Lucirás los frutos como méritos escasamente cultivados y pensarás que el futuro seguirá de tu parte. Es más, pisotearás si es preciso el sembrado incipiente del vecino creyendo que tú eres merecedor de lo que él ansía. Como debe ser, pensarás. Y el lento discurrir hacia un nuevo ciclo lo postergarás para no cometer errores que se te podrían achacar. No, de eso nada, tú, solamente tú, eres el demiurgo certero. Y por si te quedaba alguna duda, los bufones palmeros te seguirán recitando el mantra para no sacarte del sueño en el que vives. Hasta que poco a poco empiezas a comprobar cómo viene de torcida la siembra de este año. Algo no cuadra y alguien que no eres tú debe ser el culpable. Vas quemando brotes como si fueran rastrojos y llega el día en el que compruebas que no queda ni el más mínimo indicio de aquello que soñaste. Es entonces cuando aquellos que permanecían al acecho esperando tu caída, salen a la luz. No, no salen para exhibir éxitos personales; lo hacen para regocijarse en el fracaso que ven en ti y con ello sentirse dichosos. Poco les importarán las efemérides que les devuelvan derrotas pasadas. Viven en la decepción ajena su personal triunfo y se les puede, se les debe  disculpar el que así sea. En su piel anidan deseos de revancha que probablemente el destino les niegue y saben que el tren pasó dos veces sin detenerse en su estación. Sea como fuere, tú, créeme, has dado motivos de alegría desde la semilla de la prepotencia incuestionablemente. Ahora, como acto de consuelo, solamente te queda darte un paseo por la sala de las vitrinas y rememorar aquellas alegrías. Probablemente no tardará en ser insuficiente el espacio destinado a los nuevos trofeos. Date tiempo, despide de ti mismo el engolamiento y sé comprensivo, sobre todo sé comprensivo con quienes no encuentran mejor motivo de celebración que aquel nacido de la derrota del envidiado. Cada cual se consuela como puede y no todos consiguen lo que ansían.

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