El precio de la
prepotencia
El éxito se siembra, se cultiva, se riega, se abona y con algo de
fortuna, se recoge. Solamente se precisa seguir las reglas que la Naturaleza
manda y cumplirlas del modo más preciso posible. Incluso puede suceder que llegado el momento
de la recolección, aun sabiendo que no has dedicado la atención que merecía, tu
cosecha sea fructífera y con ello llegue a ti la satisfacción. A poco que las
palmadas de los demás acudan a tu espalda, desde la ceguera propia, creerás que
el éxito lo merecías y por lo tanto se ha hecho justicia. Lucirás los frutos
como méritos escasamente cultivados y pensarás que el futuro seguirá de tu
parte. Es más, pisotearás si es preciso el sembrado incipiente del vecino
creyendo que tú eres merecedor de lo que él ansía. Como debe ser, pensarás. Y
el lento discurrir hacia un nuevo ciclo lo postergarás para no cometer errores que
se te podrían achacar. No, de eso nada, tú, solamente tú, eres el demiurgo
certero. Y por si te quedaba alguna duda, los bufones palmeros te seguirán
recitando el mantra para no sacarte del sueño en el que vives. Hasta que poco a
poco empiezas a comprobar cómo viene de torcida la siembra de este año. Algo no
cuadra y alguien que no eres tú debe ser el culpable. Vas quemando brotes como
si fueran rastrojos y llega el día en el que compruebas que no queda ni el más
mínimo indicio de aquello que soñaste. Es entonces cuando aquellos que
permanecían al acecho esperando tu caída, salen a la luz. No, no salen para
exhibir éxitos personales; lo hacen para regocijarse en el fracaso que ven en
ti y con ello sentirse dichosos. Poco les importarán las efemérides que les
devuelvan derrotas pasadas. Viven en la decepción ajena su personal triunfo y
se les puede, se les debe disculpar el
que así sea. En su piel anidan deseos de revancha que probablemente el destino
les niegue y saben que el tren pasó dos veces sin detenerse en su estación. Sea
como fuere, tú, créeme, has dado motivos de alegría desde la semilla de la
prepotencia incuestionablemente. Ahora, como acto de consuelo, solamente te
queda darte un paseo por la sala de las vitrinas y rememorar aquellas alegrías.
Probablemente no tardará en ser insuficiente el espacio destinado a los nuevos
trofeos. Date tiempo, despide de ti mismo el engolamiento y sé comprensivo,
sobre todo sé comprensivo con quienes no encuentran mejor motivo de celebración
que aquel nacido de la derrota del envidiado. Cada cual se consuela como puede
y no todos consiguen lo que ansían.
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