El gran
Gato
Dos canales
de televisión, despuntes de una etapa esperanzadora, Carlos Tena como parte de
los comentaristas y críticos musicales de Popgrama y un tipo bajito, regordete,
cubierto con tirolés, con acento sudamericano, lanzando su “Sabor de barrio”.
Automáticamente me cautivó y no dejé de seguir su trayectoria. Más allá de
trabajos creados por la obligación, a Xavier Patricio Pérez, al Gato Pérez, le
envolvía un halo de autenticidad al fusionar ritmos de su cuna con la rumba
catalana que le había dado cobijo. Así, uno tras otro, sus éxitos pasaron a
formar parte de mi fonoteca y aún perduran. A su temprana muerte le siguió un
vacío que aventuraba una serie de cambios a los que posiblemente no se habría
acostumbrado. La vorágine de la movida y las ansias de libertad dieron cumplida
cuenta de aquellos que incluso dentro de los excesos buscaban el sosiego de la
letra bien concebida y sacada a la luz. Hasta que alguien como Ventura Pons decidió
resucitar la obra en voces amigas. Y así surgió este documental póstumo. Desde
Sisa a los Chunguitos, desde Aute a Los Ojos de Brujo, desde Tonino Carotone a
Kiko Veneno, de Los Manolos a Manel Joseph todos fueron interpretando los
éxitos de aquel trovador mecido por las nocturnidades del Barrio de Gracia y la
sala Zeleste. Crónica musical de una época en las que las libertades se
presentaban como prólogos de vida. Gitanitos rumbeando con ventiladores y
curvas del Morrot alineando proyectos sin planificar futuros. Y la voz del Gato
como en la sombra declarando intenciones con esa melancolía propia del tango y
la habanera. Un deleite más allá de lo
convencional en el que las anécdotas se superponían a modo de testaferros de vivencias
entre los testigos de las mismas. De las sangres, el recuerdo nostálgico
carente de reproches. Sabían que tras aquella pose anidaba una sensibilidad que
renunciaba a ser uno más. Se deja traslucir a través de la película ese poso
amargo que todo aquel que ha pasado una infancia de carencias afectivas arrastra
a lo largo de su existencia. Y como si
quisiera buscar árnica a todo ello a través de la rumba, él, el auténtico, el
inimitable Gato Pérez dejando claras sus apuestas. Se fue como se suelen ir los
genios, sin dejar cenizas. Continúa, como continúan los genios, con un legado
que de cuando en cuando, al margen de modas intencionadas, sale de nuevo del
vinilo, se exhibe desde el cromo y vuelve a entonar el “Ja sóc aquí i he vingut
amb la rumba” para goce y disfrute de quienes supimos de su existencia.
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