lunes, 4 de marzo de 2019


El gran Gato



Dos canales de televisión, despuntes de una etapa esperanzadora, Carlos Tena como parte de los comentaristas y críticos musicales de Popgrama y un tipo bajito, regordete, cubierto con tirolés, con acento sudamericano, lanzando su “Sabor de barrio”. Automáticamente me cautivó y no dejé de seguir su trayectoria. Más allá de trabajos creados por la obligación, a Xavier Patricio Pérez, al Gato Pérez, le envolvía un halo de autenticidad al fusionar ritmos de su cuna con la rumba catalana que le había dado cobijo. Así, uno tras otro, sus éxitos pasaron a formar parte de mi fonoteca y aún perduran. A su temprana muerte le siguió un vacío que aventuraba una serie de cambios a los que posiblemente no se habría acostumbrado. La vorágine de la movida y las ansias de libertad dieron cumplida cuenta de aquellos que incluso dentro de los excesos buscaban el sosiego de la letra bien concebida y sacada a la luz. Hasta que alguien como Ventura Pons decidió resucitar la obra en voces amigas. Y así surgió este documental póstumo. Desde Sisa a los Chunguitos, desde Aute a Los Ojos de Brujo, desde Tonino Carotone a Kiko Veneno, de Los Manolos a Manel Joseph todos fueron interpretando los éxitos de aquel trovador mecido por las nocturnidades del Barrio de Gracia y la sala Zeleste. Crónica musical de una época en las que las libertades se presentaban como prólogos de vida. Gitanitos rumbeando con ventiladores y curvas del Morrot alineando proyectos sin planificar futuros. Y la voz del Gato como en la sombra declarando intenciones con esa melancolía propia del tango y la habanera.  Un deleite más allá de lo convencional en el que las anécdotas se superponían a modo de testaferros de vivencias entre los testigos de las mismas. De las sangres, el recuerdo nostálgico carente de reproches. Sabían que tras aquella pose anidaba una sensibilidad que renunciaba a ser uno más. Se deja traslucir a través de la película ese poso amargo que todo aquel que ha pasado una infancia de carencias afectivas arrastra a lo largo de su existencia.  Y como si quisiera buscar árnica a todo ello a través de la rumba, él, el auténtico, el inimitable Gato Pérez dejando claras sus apuestas. Se fue como se suelen ir los genios, sin dejar cenizas. Continúa, como continúan los genios, con un legado que de cuando en cuando, al margen de modas intencionadas, sale de nuevo del vinilo, se exhibe desde el cromo y vuelve a entonar el “Ja sóc aquí i he vingut amb la rumba” para goce y disfrute de quienes supimos de su existencia.

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