viernes, 29 de marzo de 2019




1. Arantxa M.


Por fin reconocí a quién me recordaba su cara cuando pasados unos meses alcancé tal certeza. Evidentemente, era su clon y solamente era cuestión de esperar para comprobar si su modo de hacer se asemejaba. Cargaba y sigue cargando sobre las tapas azules que la escudan el legado del conocimiento a transmitir como si los Nematodos exigiesen perpetuidades. Ella, que tan acostumbrada está a los vientos del valle que la acunan, fluye desde la discreción apostando por las comprensiones y compasiones de los más desvalidos. Les tiende el cabo al que han de asirse con la esperanza perpetua del auxilio preciso. Goza de las ocurrencias filosóficas que le vienen de sopetón intentando disimular la carcajada que convertiría en ineficaz la reprimenda. Vive siguiendo el compás de las castañuelas que marcan el ritmo de la entonación de la décima letra camuflada en mitad de las bandurrias afinadas. Reconoce el valor de la ironía batiendo sin pudor los maxilares si llega el caso. Poco importará si la popa y la proa se han cambiado los papeles desde el descuido del sueño. La naturalidad ocupará el puesto que le ceda el error que será el antepenúltimo. El rigor dará paso al aplauso si de la bóveda celeste se desprende de un inacabable viaje hacia el infinito y más allá. Tiene clara conciencia del valor de sus pilares y se abre a la crítica si de ella consigue extraer el aprendizaje. Posará ante el objetivo con la seguridad que otorga reconocerse en los que custodian su vida y fundirá en agua los nombres diluidos que están de paso. Si la veis enfrascada en sus cosas, pasad haciendo el ruido que os plazca. Su concentración superará cualquier intento de perturbación y de la manzana mordida conseguirá la sabiduría nacida para ser ofrecida. Levantará ángulos a la vez que las perspectivas lograrán encontrar el punto de fuga más cerca de lo que se podría suponer. Y mientras tanto, desde su imaginario descapotable conducirá las rutas secundarias evitando los áridos rincones del desierto de la torpeza. De poco serviría ponerla en busca y captura por ser inocente de cualquier achacable delito no cometido. Si llegara el caso, alzaría la vista, ajustaría el puente y miraría de tal modo al  tribunal que osase con juzgarla, que sería declarada no culpable de los cargos. En el fondo de armario de sí misma se adivinan las perchas dispuestas a seguir prestando su apoyo a cualquier prenda que se sienta desvalida. Ya habréis imaginado el rostro al que me refería en las primeras líneas y seguro que pensaríais lo mismo si tuvieseis la fortuna de conocerla de cerca.

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