viernes, 22 de marzo de 2019




1. Don Antonio García


Envidio profundamente a quienes tuvieron la fortuna de pasar por sus aulas. Profundamente, sí, no lo puedo remediar. Así que me tengo que conformar con saborear el recuerdo de sus últimos veranos en los que regresaba con toda la familia a disfrutar de Enguídanos. Veranos en los que a nada que te descuidases aparecía ante ti la clase inesperada en mitad del aula de la vida que tus diez años precintaban. De cualquier insignificancia extraía el cuestionario para que tú mismo, a nada que te abrieses a la curiosidad, buscases las respuestas. Sin imposiciones, con pausas, sin advertencias de castigos. Él dominaba el arte de la didáctica como nadie y sabía del valor inherente de la duda que busca respuestas. Daba igual el tema, daba igual la premura, daba igual en entorno. Todo afloraba de modo tan natural que resultaba imposible permanecer recluido en el rincón del temor que diseña el fallo. No recriminaba, no; simplemente reconducía tus opciones a la vez que el paso del zapatero surcaba la corriente bajo el Puente de Hierro. Arriba, el Seat 850 permanecía a la espera de la hora de regreso- Abajo, los barbos compartían aguas con los lucios huyendo de las brazadas infantiles. Don Antonio reflejaba el auténtico espíritu del docente que se sabe conocedor de sus responsabilidades de futuro. De las anécdotas que goteaba a modo de descansos, se podría completar una enciclopedia y más de uno sentiría sonrojo al reconocerse protagonista cuando el poder delegado se enfrenta al poder del conocimiento. Erudito con base, matemático sin decimales, culto sin engolamiento, profesor curtido en mitad de noches de vigilia mientras las vías del tren desvelaban sus horas. Y ahora, cuando los años se han ido depositando, cada vez que desde el silencio vuelvo a recorrer las sendas que sus pasos marcaron, la sonrisa se dibuja mientras escondo los motivos. Da igual si las plantas oliáceas son las que dan ajoaceite, o si London es una capital diferente a Londres, o si la estación del tren dista dieciocho kilómetros del pueblo que la nombra, o si el precio delos caramelos es favorable al comprarlos por unidades en vez de a peso. Todo da lo mismo. Lo que no deja de dar lo mismo es comprobar cómo maestros tan especiales como él lo fue escasean o se ven sometidos a rigideces ajenas a la esencia de la didáctica. Quizás solamente los privilegiados como don Antonio hayan conseguido dar nombre a un centro educativo mientras la cruz de Alfonso X el Sabio testimonia todo aquello que fue y yo que tuve la fortuna de disfrutar en aquellos veranos de mi infancia tan lejana.

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