1. Don Antonio García
Envidio profundamente a quienes tuvieron la fortuna
de pasar por sus aulas. Profundamente, sí, no lo puedo remediar. Así que me
tengo que conformar con saborear el recuerdo de sus últimos veranos en los que
regresaba con toda la familia a disfrutar de Enguídanos. Veranos en los que a
nada que te descuidases aparecía ante ti la clase inesperada en mitad del aula
de la vida que tus diez años precintaban. De cualquier insignificancia extraía
el cuestionario para que tú mismo, a nada que te abrieses a la curiosidad,
buscases las respuestas. Sin imposiciones, con pausas, sin advertencias de
castigos. Él dominaba el arte de la didáctica como nadie y sabía del valor
inherente de la duda que busca respuestas. Daba igual el tema, daba igual la
premura, daba igual en entorno. Todo afloraba de modo tan natural que resultaba
imposible permanecer recluido en el rincón del temor que diseña el fallo. No
recriminaba, no; simplemente reconducía tus opciones a la vez que el paso del
zapatero surcaba la corriente bajo el Puente de Hierro. Arriba, el Seat 850
permanecía a la espera de la hora de regreso- Abajo, los barbos compartían
aguas con los lucios huyendo de las brazadas infantiles. Don Antonio reflejaba
el auténtico espíritu del docente que se sabe conocedor de sus responsabilidades
de futuro. De las anécdotas que goteaba a modo de descansos, se podría
completar una enciclopedia y más de uno sentiría sonrojo al reconocerse
protagonista cuando el poder delegado se enfrenta al poder del conocimiento. Erudito
con base, matemático sin decimales, culto sin engolamiento, profesor curtido en
mitad de noches de vigilia mientras las vías del tren desvelaban sus horas. Y
ahora, cuando los años se han ido depositando, cada vez que desde el silencio
vuelvo a recorrer las sendas que sus pasos marcaron, la sonrisa se dibuja mientras
escondo los motivos. Da igual si las plantas oliáceas son las que dan ajoaceite,
o si London es una capital diferente a Londres, o si la estación del tren dista
dieciocho kilómetros del pueblo que la nombra, o si el precio delos caramelos
es favorable al comprarlos por unidades en vez de a peso. Todo da lo mismo. Lo
que no deja de dar lo mismo es comprobar cómo maestros tan especiales como él
lo fue escasean o se ven sometidos a rigideces ajenas a la esencia de la didáctica.
Quizás solamente los privilegiados como don Antonio hayan conseguido dar nombre
a un centro educativo mientras la cruz de Alfonso X el Sabio testimonia todo
aquello que fue y yo que tuve la fortuna de disfrutar en aquellos veranos de mi
infancia tan lejana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario