Blanca
V.
Como si cada mañana ofreciese la oportunidad de
repetición, Blanca acude. Abre las puertas y las inocencias comienzan a
recluirse bajo sus faldas a la espera de sus dictámenes. Rayados de azul,
expectantes, con las curiosidades prestas en las comisuras de sus labios, la
hacen partícipe de sus vivencias. Ella, paciente, intenta ubicar a cada quien
en el rincón adecuado y del panel de bienvenida configura el foro iniciador de
la jornada. Desperezos que se alternan con caras de sueños. Anarquías que con
mano diestra encamina hacia la obligatoriedad del ritmo. Burbujas incipientes
de largo recorrido que Blanca sabe tan breve como para no merecer la pena del
severo castigo. Trae de las dunas el viento vivificador de los salitres y presta
espacios a quien se decide a lanzar un paréntesis en la ardua tarea que le aporta
recompensas. Mientras, a nada que su mente decida descansar, rememorará los
manteles penúltimos que en su incesante labor de gourmet avezada ha ido
descubriendo. Calificará pormenorizadamente los detalles para dar cumplida
cuenta del valor preciso que cada uno de ellos posee. Pondrá sobre sus
pensamientos el enésimo complemento a modo de faro orientador de penumbras y
poco tardará en diseñar un nuevo ciclo hacia la primavera siguiente. De ella
extrae los pétalos ofrendados dentro de la emoción que cada Marzo se renueva al
pisar las baldosas de la historia. Cambiará los aderezos para que nadie
sospeche que la rutina la ha invadido. Lo vive, amasa, fermenta y cuece como si
del horno de sus raíces esperase el resultado de la hogaza merecida. Y
mientras, a nada que te descuides, verás cómo su vista busca más allá de lo
tangible el enésimo encargo que se le hace imprescindible. Nació entre las
cunas de las tecnologías y es una más de las tantas que así se manifiestan como
devotas novicias de las mismas. De haber anticipado su existencia se habría
movido por los parterres de palacio, calzaría rasos con lazos versallescos y la
sombrilla compondría la imagen de quien ignorase la existencia de la guillotina
amenazadora. Haceos a un lado. Acaba de diseñar el nuevo artilugio decorativo
que penderá de la pared semidesnuda que moraba en el olvido. Ha de ser
revestido de plástico y por nada del mundo perdonaría a quien le derramase el
humus por descuido. Hoy toca probar de nuevo lo que su mente culinaria ha
soñado. Posiblemente al soplido le acompañará un nuevo reto que mañana, a no
más tardar, será resuelto, una vez más, un año más.
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