sábado, 2 de marzo de 2019


La muerte del Comendador (libro segundo)

Menos larga de lo previsto, afortunadamente, llegó la segunda parte. Y con ella se reiniciaron las situaciones que en la primera parte habían quedado en suspenso. Todo a ritmo lento, parándose en los detalles para que los detalles se conviertan en claves fundamentales de una lectura más allá de la lectura. Como si tu mente precisase sumergirse en un pozo aislado en mitad de un bosque, te dejas llevar y te mutas en la sombra de quienes viven en tiempos diferentes al presente. Unos quieren anclarse en pasados buscando respuestas y otros ansían llegar al futuro para encontrarlas. Y en medio de ese paréntesis atemporal las secuencias siguen su curso. Repetitivamente cobran vida los inertes personajes del óleo inacabado y entre un extremo y otro de las edades se van meciendo las conclusiones. Apenas el aleteo nocturno del búho inquilino y callado aporta un chispazo de realidad a lo que fluye en el onírico argumento. Rectitudes que abogan por saltarse las normas  son constreñidas por un modelo social aprendido y llevado a efecto. Por momentos la angustia camina de dentro hacia fuera buscando liberar al cautivo dela misma. El legado traumático cuya firma feretraba en el desván pasa a ser asumido por quien fisgoneó y fue descubriendo secretos no revelados. Breves permisos a la realidad como si ella misma exigiera un papel en la obra van completando una ópera cuyo final ni anticipas ni te defrauda. Lo cierras, lo exhalas y vuelves a felicitarte por haber sabido elegir lo que ya conoces. Empiezas a enumerar la cantidad de mentes que Murakami ha ido psicoanalizando y te das cuenta de que en él subyace un observador excepcional. Y por si esto no fuese suficiente, además saca a la luz los pensamientos envueltos en un estilo tan sencillo como grande. Sabes, después de tantas pruebas que su obra te ha aportado, que realmente, que posiblemente, que seguramente, ese es el secreto final de la escritura entendida como arte. Entiendes ahora la diferencia sucinta que existe entre un  Jaguar multiválvulas, rugidor, estentóreo, y un Prius híbrido que sencillamente se desliza para no llamar la atención molestando a los cercanos. Modos de desplazarse como formas de relacionarse. Miras el reloj, son las siete y media de la mañana y tu día pide paso. Has desayunado los dos últimos capítulos y cuando vas a cerrar la contraportada no puedes reprimir el deseo de lanzar al viento un “¿Quién mató al Comendador?” Ya cada cual responderá según crea. Unos pensarán en Lope de Vega y otros en Murakami. En ambos casos, habrán acertado.

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