La muerte del Comendador (libro segundo)
Menos larga de lo previsto, afortunadamente, llegó
la segunda parte. Y con ella se reiniciaron las situaciones que en la primera
parte habían quedado en suspenso. Todo a ritmo lento, parándose en los detalles
para que los detalles se conviertan en claves fundamentales de una lectura más
allá de la lectura. Como si tu mente precisase sumergirse en un pozo aislado en
mitad de un bosque, te dejas llevar y te mutas en la sombra de quienes viven en
tiempos diferentes al presente. Unos quieren anclarse en pasados buscando
respuestas y otros ansían llegar al futuro para encontrarlas. Y en medio de ese
paréntesis atemporal las secuencias siguen su curso. Repetitivamente cobran
vida los inertes personajes del óleo inacabado y entre un extremo y otro de las
edades se van meciendo las conclusiones. Apenas el aleteo nocturno del búho
inquilino y callado aporta un chispazo de realidad a lo que fluye en el onírico
argumento. Rectitudes que abogan por saltarse las normas son constreñidas por un modelo social
aprendido y llevado a efecto. Por momentos la angustia camina de dentro hacia
fuera buscando liberar al cautivo dela misma. El legado traumático cuya firma
feretraba en el desván pasa a ser asumido por quien fisgoneó y fue descubriendo
secretos no revelados. Breves permisos a la realidad como si ella misma exigiera
un papel en la obra van completando una ópera cuyo final ni anticipas ni te
defrauda. Lo cierras, lo exhalas y vuelves a felicitarte por haber sabido
elegir lo que ya conoces. Empiezas a enumerar la cantidad de mentes que Murakami
ha ido psicoanalizando y te das cuenta de que en él subyace un observador excepcional.
Y por si esto no fuese suficiente, además saca a la luz los pensamientos
envueltos en un estilo tan sencillo como grande. Sabes, después de tantas pruebas
que su obra te ha aportado, que realmente, que posiblemente, que seguramente,
ese es el secreto final de la escritura entendida como arte. Entiendes ahora la
diferencia sucinta que existe entre un Jaguar
multiválvulas, rugidor, estentóreo, y un Prius híbrido que sencillamente se
desliza para no llamar la atención molestando a los cercanos. Modos de desplazarse
como formas de relacionarse. Miras el reloj, son las siete y media de la mañana
y tu día pide paso. Has desayunado los dos últimos capítulos y cuando vas a cerrar
la contraportada no puedes reprimir el deseo de lanzar al viento un “¿Quién mató
al Comendador?” Ya cada cual responderá según crea. Unos pensarán en Lope de
Vega y otros en Murakami. En ambos casos, habrán acertado.
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