Pedro
Prim
“Pedro, tú eres piedra y sobre esta piedra, construiré
mi Iglesia”, dicen que dijo Dios cuando el apóstol fue elegido como primer papa.
De modo que hoy, a modo de celebración soplavelas, me siento en la necesidad, o
más bien, me dejo llevar por mis ansias pictóricas nacidas de las teclas y voy
a intentar pincelarte. No será fácil, no. No lo será porque tú eres el
exponente máximo del culo inquieto que no deja de zigzaguear de aquí para allá
en busca de respuestas que no siempre interesan conocer. Desde el púlpito de la
dicción de tus principios emanas unas consignas molestas hacia quienes tienen
como virtud suprema la inflexibilidad de sus razones. Bastes tus pensamientos a
modo de lanza por más amenazadores que se te muestren los brazos de los molinos
que otros toman por gigantes. Escondes tus alas de querubín para evitarte las
explicaciones que a nadie más que a los próximos incumben y con ellas emprendes
vuelos hacia la Utopía del “siempre quizás” Miras de soslayo el lienzo dorado y
de las yemas de tu intelecto le tatúas las cuatro falanges que tintan de sangre
las incomprensiones. Das la sensación de estar a punto de darte un descanso en
la tarea inacabada de opositor a notarías de la Verdad. Como si del examen oral
dependiese tu futuro, ensayas la retórica que te puntúa cicerónido aventajado.
Hubieras sido el preciso ariete de los sans-culottes parisinos buscando golletes
empolvados de blanco y soberbias. Cargas sobre tus pensamientos el diseño del
improbable renunciando a verlo como imposible. Empático ser que de la epidermis
nórdica refugia en sí las constantes anímicas del Mediterráneo fenicio.
Prosador testigo del Cyrano al que adular para no desanimarle en sus sueños de
poética medianía. Vives a caballo como si temieses escuchar desde detrás, a lo
lejos, la atronadora pregunta de “Quo Vadis?” y no supieses qué responderle. Probablemente
cambiaste sin decidirlo las redes de pesca ante el temor de ver presos donde no
se necesitan. Hoy, amigo Pedro, tú sabrás mejor que nadie qué destino tiene el
deseo nacido del soplo hacia las candelarias. Hoy, amigo Pedro, Byron, Wilde y
tantos otros, se suman a la celebración. Hoy, amigo mío, da lo mismo qué tipo
de piedra seas; cualquier edificio siempre se ha de construir desde dentro para
que cada quien le coloque los tabiques que considere necesarios. Ni yo soy
Dios, ni tú, obviamente, aceptarías tal imposición, por mucho que tu nombre
sugiera que ha de ser así.
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