domingo, 26 de octubre de 2014


     Los seguidores

Entró en ese bucle que las dudas helizan aquella tarde en la que se reunió con sus colegas de pluma y teclado. Tenían por costumbre degustar los aromas del café entre las nebulosas que esparcían los orgullos mal fingidos de quienes se consideraban exégetas del verbo a los que rendir pleitesías. Los inciensos de la adulación  venían en el baúl del engolamiento que iban reclutando los seis días previos a la cita acostumbrada. Allí, a modo de decimonónicos redactores liberaban a sus decimonónicas plumas vestidas de teclados digitales y exhibían con falsos pudores el ábaco de seguidores. Habían comenzado, disimuladamente, la carrera hacia el hedonismo de ser seguidos como profetas sin carros de fuego ascendentes a los cielos. Y sin embargo, tras las sonrisas falsas, estos gladiadores blandían sus espadas, volaban sus redes y lanzaban sus tridentes con el fin de alcanzar la gloria que supondría la magnanimidad del césar del recuento de la mayoría de acólitos. Se sentía, en cierto modo, el eterno aprendiz que nunca osaría hacerse un hueco entre aquellos que habían tenido la aquiescencia de permitirle la proximidad. Nadie reparó en él más que para recabar halagos y sumar adhesiones. Este grupo de fatuos se soñaba lo que no era para no legar la pena como cuño que lacrase el pergamino de su realidad. Nadie quiso nunca levantar las cartas de este tapete en el que el fieltro ejercía de cretónido telón ante tanta farsa. Pasado un tiempo, decidió marchar. Y aquella tarde en la que el adiós se hizo presente no pudo por menos que sorprenderse con la inquietud que quedó esparcida por la mesa de mármol acostumbrada a cortesías. Logró que la desazón  en aquellos invencibles viniese a ellos como si la revelación de su valía ya no pudiese ocultarse más. Cada uno para sí, desde su propio silencio, empezó a penitenciar sobre sus propias mentiras que nacieron al negarle la valía. De pronto, las cifras de siguientes, dejaron de importarles. Alguien llegó a reconocer que la posibilidad de ser falsas siempre estuvo en su pensamiento y había llegado el momento de dar por perdida la batalla ante la sinceridad. Dejaron que se fuera con un falso parabién y no pudieron negar la evidencia de que ellos cinco, ellos que ejercieron de contables para sumar soberbias, todos los días le fueron siguiendo por la senda que aquella primera vez, trazase la envidia. 

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