Los
seguidores
Entró en ese bucle que las
dudas helizan aquella tarde en la que se reunió con sus colegas de pluma y
teclado. Tenían por costumbre degustar los aromas del café entre las nebulosas
que esparcían los orgullos mal fingidos de quienes se consideraban exégetas del
verbo a los que rendir pleitesías. Los inciensos de la adulación venían en el baúl del engolamiento que iban
reclutando los seis días previos a la cita acostumbrada. Allí, a modo de
decimonónicos redactores liberaban a sus decimonónicas plumas vestidas de
teclados digitales y exhibían con falsos pudores el ábaco de seguidores. Habían
comenzado, disimuladamente, la carrera hacia el hedonismo de ser seguidos como
profetas sin carros de fuego ascendentes a los cielos. Y sin embargo, tras las
sonrisas falsas, estos gladiadores blandían sus espadas, volaban sus redes y
lanzaban sus tridentes con el fin de alcanzar la gloria que supondría la
magnanimidad del césar del recuento de la mayoría de acólitos. Se sentía, en
cierto modo, el eterno aprendiz que nunca osaría hacerse un hueco entre
aquellos que habían tenido la aquiescencia de permitirle la proximidad. Nadie
reparó en él más que para recabar halagos y sumar adhesiones. Este grupo de
fatuos se soñaba lo que no era para no legar la pena como cuño que lacrase el
pergamino de su realidad. Nadie quiso nunca levantar las cartas de este tapete
en el que el fieltro ejercía de cretónido telón ante tanta farsa. Pasado un
tiempo, decidió marchar. Y aquella tarde en la que el adiós se hizo presente no
pudo por menos que sorprenderse con la inquietud que quedó esparcida por la
mesa de mármol acostumbrada a cortesías. Logró que la desazón en aquellos invencibles viniese a ellos como
si la revelación de su valía ya no pudiese ocultarse más. Cada uno para sí,
desde su propio silencio, empezó a penitenciar sobre sus propias mentiras que
nacieron al negarle la valía. De pronto, las cifras de siguientes, dejaron de
importarles. Alguien llegó a reconocer que la posibilidad de ser falsas siempre
estuvo en su pensamiento y había llegado el momento de dar por perdida la
batalla ante la sinceridad. Dejaron que se fuera con un falso parabién y no
pudieron negar la evidencia de que ellos cinco, ellos que ejercieron de
contables para sumar soberbias, todos los días le fueron siguiendo por la senda
que aquella primera vez, trazase la envidia.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
No hay comentarios:
Publicar un comentario