jueves, 9 de octubre de 2014


          Todos los dieces del diez

Todos los dieces del diez se abren con tu sonrisa. Esa que tantas veces escudó tristezas para que no nos llegasen a herir. Esas en las que se almacenaron esfuerzos sin tiempo para el asueto. No aprendimos de ti la versión de la vida que ofrece la espalda al semejante, no. Tú  nos enseñaste desde el ejemplo cómo se conjugan obligaciones con cariños hacia aquellos que incluso no se merecen los segundos. La generosidad iba pareja con la defensa a uñas y dientes de los tuyos, y el precio se flexionaba ante el valor cediéndole el puesto de privilegio. Era tan fácil hacerte feliz que cualquiera de las manifestaciones que mostrabas tras nuestros  mínimos esfuerzos  expandía a la rosa de los vientos la cometa de tu alegría contagiosa. La escoba de palma con la que acariciabas el rocío de la mañana sabía de tu firmeza ante la obligación y se prestaba gustosa a acicalar aceras y esquina. El capricho intuido lo asumías como deber con tal de no defraudar las esperanzas que a todas luces vimos cumplidas. Las rosas de mayo se disputaban el privilegio de brotar las primeras para rendirte pleitesía ante tus cuidados. Y mientras, el laurel y los geranios simulaban su envidia coloreando las calas que prestaban sus albas. Anocheceres  de recientes humedades nos llevaron a disputarle a los ribazos el destino de los  moluscos. Fríos de diciembres nos mostraron los pesebres del musgo con los que fingir verdores de Galilea. Cientos de veces transportamos tallos talados espinados para dar paso a las savias nuevas con las que reverdecer nuestros ojos. Los telares ocultos esperaban su turno para firmarse con iniciales que acunarían futuros sueños. Los humos camuflados se aliaban con tu falta de recriminación para no ser la verdugo de placeres.  Las alacenas se poblaban de orzas en las que aguardaban pacientes  los caprichos culinarios. La rocalla, peana de santidades, esperaba tu abrazo como colofón a la jornada. Eras sabia por haber conseguido sabiduría desde la academia que la vida ofrece en las aulas del compartir. Y desde ahí, te hacías de querer, te haces de recordar. Por eso soy incapaz de vestir de negro a todos los dieces  de los dieces desde siempre y para siempre. Porque gracias a ti, el luto de la pena de no tenerte, se viste  con los lunares de las alegrías al haberte tenido como madre.

Jesús(http://defrijan.bubok.es

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