Todos los dieces del diez
Todos los dieces del diez se abren con tu sonrisa. Esa que
tantas veces escudó tristezas para que no nos llegasen a herir. Esas en las que
se almacenaron esfuerzos sin tiempo para el asueto. No aprendimos de ti la
versión de la vida que ofrece la espalda al semejante, no. Tú nos enseñaste desde el ejemplo cómo se
conjugan obligaciones con cariños hacia aquellos que incluso no se merecen los
segundos. La generosidad iba pareja con la defensa a uñas y dientes de los tuyos,
y el precio se flexionaba ante el valor cediéndole el puesto de privilegio. Era
tan fácil hacerte feliz que cualquiera de las manifestaciones que mostrabas
tras nuestros mínimos esfuerzos expandía a la rosa de los vientos la cometa
de tu alegría contagiosa. La escoba de palma con la que acariciabas el rocío de
la mañana sabía de tu firmeza ante la obligación y se prestaba gustosa a
acicalar aceras y esquina. El capricho intuido lo asumías como deber con tal de
no defraudar las esperanzas que a todas luces vimos cumplidas. Las rosas de mayo
se disputaban el privilegio de brotar las primeras para rendirte pleitesía ante
tus cuidados. Y mientras, el laurel y los geranios simulaban su envidia
coloreando las calas que prestaban sus albas. Anocheceres de recientes humedades nos llevaron a disputarle
a los ribazos el destino de los
moluscos. Fríos de diciembres nos mostraron los pesebres del musgo con
los que fingir verdores de Galilea. Cientos de veces transportamos tallos
talados espinados para dar paso a las savias nuevas con las que reverdecer
nuestros ojos. Los telares ocultos esperaban su turno para firmarse con
iniciales que acunarían futuros sueños. Los humos camuflados se aliaban con tu
falta de recriminación para no ser la verdugo de placeres. Las alacenas se poblaban de orzas en las que
aguardaban pacientes los caprichos
culinarios. La rocalla, peana de santidades, esperaba tu abrazo como colofón a
la jornada. Eras sabia por haber conseguido sabiduría desde la academia que la
vida ofrece en las aulas del compartir. Y desde ahí, te hacías de querer, te
haces de recordar. Por eso soy incapaz de vestir de negro a todos los
dieces de los dieces desde siempre y
para siempre. Porque gracias a ti, el luto de la pena de no tenerte, se viste con los lunares de las alegrías al haberte
tenido como madre.
Jesús(http://defrijan.bubok.es
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