Sonrojo delator
Tenían
por costumbre reunirse cada tarde de los
jueves para reconfortarse mutuamente, reírse al compás, hacerse necesarias. Y éste
no había de ser una excepción. Llegaron puntuales y fueron ocupando los puestos
que la reiteración les tenía asignados y el trasiego de bebidas pugnaba con la
vorágine de deseos de charla. Cada una arrastraba sus decepciones, cada vez más
lejanas, cada vez más insignificantes, y en todas ellas el brillo de la
esperanza cobraba fuerza a través de los ventanales que cuidaban de la calle.
Se sabían cómplices y en esa complicidad se sinceraban hasta encontrar los
mutuos consuelos y las múltiples alegrías. Y éste no apuntaba a ser una excepción.
Siempre había un hueco en el que se ubicaba la lectura de algún libro que
despertó del letargo a la existencia gris que el día a día se empeñaba en
esparcir. Y entonces, como llegado del destino, un nombre ignorado para la
mayoría, apareció. Vino de la mano de quien había encontrado en la casualidad unos
relatos a los que tildó de emotivos. Comenzó a resumir alguno de ellos y todas
prestaron atención. O eso parecía. En la esquina noreste de la mesa ocupada,
unos ojos empezaban a emocionarse. Las demás creyeron que el texto había
conseguido que brotasen los reflejos y el rictus de sus labios acabó por
delatarla. Quiso eludir las explicaciones que le solicitaron al mencionar al
nudo lejano que la mantenía atada a su recuerdo. La lucha entre la curiosidad y
el pudor se mostraba en ese espacio que traza doce cuerdas alrededor del amor
no olvidado. Quiso arrebatar al pasado lo que sentía como presente y calló lo
que tanto sabía. En una tarde regresó una vida soñada. En una tarde, la baraja
caprichosa del destino, repartió las cartas a su antojo y desaparecieron los
comodines. En una tarde, en esa tarde, las puertas tantos años canceladas,
volvieron abrirse mientras un rostro sonrojado delator firmaba con una sonrisa
la certeza de que esta vez, sería para siempre, como siempre lo había sido. Tenían
por costumbre reunirse cada tarde de los
jueves para reconfortarse mutuamente, reírse al compás, hacerse necesarias. Y
lo siguen teniendo por más que el sonrojo delator insista en negar lo que todas
ya saben.
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