Es tan
fácil quererte
“…….que nada ni nadie podría
imaginar los esfuerzos baldíos que mi corazón realiza para disimular lo
inevitable de mi existencia. Has llegado a dar luz a las oscuridades que
amordazaron al doliente que se apiada de mi reflejo para desempañar las
tristezas que se fueron formando en los taludes del precipicio solitario.
Conformas con tu sonrisa el arco triunfante del desconocido yaciente que antes
de ti soportaba al pebetero artificial de la ironía. No, no es gratitud lo que
me mueve a ti; es armonía dichosa que se disputan mis yemas para lograr tus
limosnas. Hemos coincidido en las turbulencias del deseo que ofrecen las mareas
a los ignorados navegantes y en ellas nos mecemos al compás de los caprichos.
No existe el mañana porque lo hemos traído al hoy desde la urgencia que requisa
las horas ausentes de los que se tienen soñándose y se sueñan sin tenerse.
Lloramos para evitarnos el dolor que supondría el eco vacío que tantas veces
hemos lanzado al valle desierto de la incomprensión. Y en ese llanto renovamos
la dicha de sabernos, cercanos, de soñarnos despiertos. Repudiamos a la noche
por ser la verdugo de nuestras horas y así conseguimos aliviar la penitencia
que supone el adiós. Y así será, como siempre ha sido, como nunca dejará de
ser. Está a punto de amanecer, y en este insomnio precursor el miedo a morir
con los primeros disparos, carece de importancia. Sé que cuando leas esta
carta, los acontecimientos habrán dictado lutos y dichas y tú vivirás con la
incertidumbre el paso del cuervo deseando que pase de largo. No, no querrás
banderas en las que las barras del heroísmo, siembre de estrellas negras el
solar de nuestros sueños. Empiezan a sonar las voces que nos anuncian el
principio de quién sabe si será el fin. Léela desde la certeza de saberme tuyo
desde siempre, para siempre…..”
Pasó la jornada y entre el
cúmulo de heridos en la contienda, los sanitarios buscaron a aquellos que
malheridos soportaban el dolor. Uno de ellos yacía entre tantos otros y de su
bolsillo superior asomaba un escrito. Antes de que las camillas emprendiesen la
procesión hacia la retaguardia, alguien se apropió del mismo. Leyó el
encabezamiento que rezaba con un “Es tan fácil quererte…..” y compasivo lo volvió a remitir al bolsillo
izquierdo que resguardaba el latir del soldado convaleciente.
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