martes, 21 de octubre de 2014


      Es tan fácil quererte

“…….que nada ni nadie podría imaginar los esfuerzos baldíos que mi corazón realiza para disimular lo inevitable de mi existencia. Has llegado a dar luz a las oscuridades que amordazaron al doliente que se apiada de mi reflejo para desempañar las tristezas que se fueron formando en los taludes del precipicio solitario. Conformas con tu sonrisa el arco triunfante del desconocido yaciente que antes de ti soportaba al pebetero artificial de la ironía. No, no es gratitud lo que me mueve a ti; es armonía dichosa que se disputan mis yemas para lograr tus limosnas. Hemos coincidido en las turbulencias del deseo que ofrecen las mareas a los ignorados navegantes y en ellas nos mecemos al compás de los caprichos. No existe el mañana porque lo hemos traído al hoy desde la urgencia que requisa las horas ausentes de los que se tienen soñándose y se sueñan sin tenerse. Lloramos para evitarnos el dolor que supondría el eco vacío que tantas veces hemos lanzado al valle desierto de la incomprensión. Y en ese llanto renovamos la dicha de sabernos, cercanos, de soñarnos despiertos. Repudiamos a la noche por ser la verdugo de nuestras horas y así conseguimos aliviar la penitencia que supone el adiós. Y así será, como siempre ha sido, como nunca dejará de ser. Está a punto de amanecer, y en este insomnio precursor el miedo a morir con los primeros disparos, carece de importancia. Sé que cuando leas esta carta, los acontecimientos habrán dictado lutos y dichas y tú vivirás con la incertidumbre el paso del cuervo deseando que pase de largo. No, no querrás banderas en las que las barras del heroísmo, siembre de estrellas negras el solar de nuestros sueños. Empiezan a sonar las voces que nos anuncian el principio de quién sabe si será el fin. Léela desde la certeza de saberme tuyo desde  siempre, para siempre…..”  

Pasó la jornada y entre el cúmulo de heridos en la contienda, los sanitarios buscaron a aquellos que malheridos soportaban el dolor. Uno de ellos yacía entre tantos otros y de su bolsillo superior asomaba un escrito. Antes de que las camillas emprendiesen la procesión hacia la retaguardia, alguien se apropió del mismo. Leyó el encabezamiento que rezaba con un “Es tan fácil quererte…..”   y compasivo lo volvió a remitir al bolsillo izquierdo que resguardaba el latir del soldado convaleciente.
 
 

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