miércoles, 22 de octubre de 2014


   El poeta que viajaba en las olas

Sabía que sus horas se descontaban de la luz para llegar al tenue tono del horizonte salado a la caída del día. Había descubierto entre las salinas esperanzas el hueco por el que esparcir aquello que la corrección encarcelaba durante las horas de subsistencia y asió a las brisas como jinete descabalgado de la montura de un propio naufragio. Su galope había resultado ser el resultado de unos sueños por cumplir a los que puso letras teñidas de irrealidades entre las que se creyó protegido desde el espigón que alzasen las decepciones frente a las batientes que tan a menudo tuvo que soportar. Así, estación tras estación, compuso el calendario que sumaba alegrías como meses no caídos a los pies de un nuevo otoño. Quiso flotar sobre las albas espumas que cicatrizasen las llagas de su deambular y convirtió en bahía en la que erigir un refugio al arcón de sus versos. Daba la espalda a la tierra firme que tantas veces se las dio a quien se supo fuera de sitio y tiempo. Quiso y pudo embarcarse en la proa del sentir que sigue latiendo en la barca movida por el viento de levante.  Cada tarde, aquellos que hacen suya la ruta del puerto que termina en las arenas, lo encuentran. Los más avezados oyeron hablar de él y a él recurren como peregrinos que huyen de las soledades del alma. Suele improvisarles complaciente  unos versos  como salvoconducto  hacia la ternura que desde sus nieves desprende su sonrisa. Sabe que desde ese mismo instante con ellos viajará lo que no sospecharon necesitar. Y entonces, a medida que abandonan a su suerte al poeta, antes de girar la curva izquierda desde la que dejarán de verlo, observan cómo el cuaderno de manuscritos cierra sus valvas hasta un nuevo día. Llegan las luces del ocaso para quienes han cumplido su anodina tarea. Prenden las luminarias del amanecer para quien se sabe inerme al desaliento de verse tildado de soñador. Alguien dijo haber robado a su recato el título que rezaba en la portada del mismo cuando fingió el descuido de dejarlo a la vista de los próximos.  Afirman que,  ” El poeta que viajaba en las olas”  rinde certezas al dintel  de su templo. Lo que nadie supo jamás fue lo que como epílogo figuraba. …sobre un  Mar de mareas dichosas”. Éste, sólo le pertenecía a él y  no estaba dispuesto a compartirlo.

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