El
poeta que viajaba en las olas
Sabía que sus horas se
descontaban de la luz para llegar al tenue tono del horizonte salado a la caída
del día. Había descubierto entre las salinas esperanzas el hueco por el que
esparcir aquello que la corrección encarcelaba durante las horas de
subsistencia y asió a las brisas como jinete descabalgado de la montura de un
propio naufragio. Su galope había resultado ser el resultado de unos sueños por
cumplir a los que puso letras teñidas de irrealidades entre las que se creyó
protegido desde el espigón que alzasen las decepciones frente a las batientes
que tan a menudo tuvo que soportar. Así, estación tras estación, compuso el
calendario que sumaba alegrías como meses no caídos a los pies de un nuevo
otoño. Quiso flotar sobre las albas espumas que cicatrizasen las llagas de su
deambular y convirtió en bahía en la que erigir un refugio al arcón de sus
versos. Daba la espalda a la tierra firme que tantas veces se las dio a quien
se supo fuera de sitio y tiempo. Quiso y pudo embarcarse en la proa del sentir
que sigue latiendo en la barca movida por el viento de levante. Cada tarde, aquellos que hacen suya la ruta
del puerto que termina en las arenas, lo encuentran. Los más avezados oyeron
hablar de él y a él recurren como peregrinos que huyen de las soledades del
alma. Suele improvisarles complaciente
unos versos como
salvoconducto hacia la ternura que desde
sus nieves desprende su sonrisa. Sabe que desde ese mismo instante con ellos
viajará lo que no sospecharon necesitar. Y entonces, a medida que abandonan a
su suerte al poeta, antes de girar la curva izquierda desde la que dejarán de
verlo, observan cómo el cuaderno de manuscritos cierra sus valvas hasta un
nuevo día. Llegan las luces del ocaso para quienes han cumplido su anodina
tarea. Prenden las luminarias del amanecer para quien se sabe inerme al
desaliento de verse tildado de soñador. Alguien dijo haber robado a su recato
el título que rezaba en la portada del mismo cuando fingió el descuido de
dejarlo a la vista de los próximos.
Afirman que, ” El poeta que
viajaba en las olas” rinde certezas al
dintel de su templo. Lo que nadie supo
jamás fue lo que como epílogo figuraba. …sobre un Mar de mareas dichosas”. Éste, sólo le
pertenecía a él y no estaba dispuesto a
compartirlo.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
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