La otra
Siempre tuvo la sensación de ser quien ella no quería. Todos sus intentos por
acumular méritos chocaban con la frontalidad del cariño que le resultaba migaja
del ácimo pan que no merecía. Llegó pronto a esa encrucijada que el destino nos
reserva y pronto tuvo la certeza de que su llegada era tardía. Las
conveniencias del estatus social la habían embarcado en un plan que no supo
diseñar porque todo le venía del aprendizaje sino de la imposición. Su rol era
el propio de las de su casta y su valentía no llegaba a tener la fortaleza de
la discordancia. Toda aceptación diseñó la cartilla de su aprendizaje y los
capítulos de la misma se sucedían según el trazo social. Así los vástagos
cuñaban el visado hacia el gris que le cubría y en el que se sentía realizada. Todo
suficientemente ordenado,
suficientemente cabal, suficientemente insuficiente. Las noches en las que el desvelo de alguno de
su prole la lograba desvelar, en el silencio compartido del lecho, se
preguntaba sobre la existencia de otro pálpito. Elucubraba sobre las
recriminaciones que recibían aquellas que se
habían atrevido a romper la
norma. Empezaba con la condena en su silencio hacia esas repudiadas, pero a
medida que el sueño no regresaba, la recriminación daba paso a la permisividad
y por último a la envidia. Ellas habían demostrado coraje para cambiar de
escenario y de actores. Ellas habían comprobado que la auténtica compañía es
aquella que alza el telón de la pasión desde el escenario vital. Ellas, las
otras, habían conseguido condecorar con ese título a las que como ellas se
sentían seguras en el nido que arropaban las normas. Comprendieron que la
felicidad se consigue si la felicidad se busca y se transmite si se tiene. Y en
medio de esos soliloquios, cuando la noche reinaba, empezaba a desmontar su
castillo de naipes. Se colocaba en el estrado y los argumentos la asaeteaban a
favor o en contra del camino a seguir. Soñó con la nueva vida, con su otra vida
de su otra ella. Y cuando el miedo empezó a ser disuelto con la premura de la valentía llegó el amanecer. Las ojeras
delataron su insomnio, pero callaron su decisión. Dejó transcurrir los años y
cuando llegó el momento siempre tardío, dejó un adiós por respuesta a quienes
no entendieron su conducta. No estaba dispuesta a seguir el guion teatral que
se le había asignado desde la cuna y renunció a todo lo que para las otras
otras tenía sentido. A todas luces la
tildaron con todo tipo de calificativos, buscaron errores propios y ajenos,
culpables entre sus círculos próximos y no encontraron soluciones a tales
preguntas. Siguió los pasos que la
pasión por la vida diseña a quien tiene
valor para seguirla. Renunció a todo lo que no fuese un colorido iris en el que
mecerse y siempre supo que se había convertido en su propio modelo. Amó sin tapujos e hizo de la pasión el
borrador de la infelicidad. Supo desde un principio, que aquellas que no se
atrevieron a dar el paso la menospreciarían con ese calificativo. Pero siempre
tuvo la certeza de haber querido ser la Otra, porque así sería para todos, y
sobre todo para ella misma, la
Única
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