de "A Ciegas", relato 26
Su rostro
Decir que vuela la imaginación al contemplarlo sería quedarse
con la humedad del mar embravecido e ignorar las olas, los salitres, los
acantilados, las playas. No vuela, la imaginación, no; sencillamente se hace
real. Es la perfección nacida de la belleza que atesora y que pone por
alguaciles a sus ojos para que no escapen de su misión luminaria del mismo. No
responde a ningún canon establecido por la sencilla razón de ser nulos los
anteriores a ella. La armonía pespuntea los pómulos y la frente se muestra como
pátina de albas por consagrar cada vez que, altiva y humilde a la vez, se
yergue. No es belleza, es hermosura lo que destila ese alambique que cualquier alquimista hubiese
soñado manipular a su antojo. No es belleza, es calidez, es reposo, es pasión,
es el adjetivo por descubrir entre los poemas no escritos aún por no haberse
conocido en el mundo de las musas. Silencios rotos por los labios callados que
perlan nácares dulzores no pronunciados. Vestal viva del templo clásico en el
que la sacerdotisa suprema se inmoló al no poder igualarla. Helena ignota de
las pasiones que desencadena y que serían capaces de derruir cualquier muralla
del raciocinio. Julieta veronesa ante la que el trovador se rinde por no ser
capaz de componer la melodía que le dé alcance. Melibea tunicada con las mil
formas que el amor cortés puede ofrecer y que ella recibe. Novicia sevillana
frente a la que el más bravo tenorio
rendiría su florete ante su insinuación de aquiescencia. Desdémona
provocadora no provocativa del celo de aquel que sabe de la dicha por tenerla
presente. Faz del maestro imaginero modelador del mariano rostro de pureza y
lujuria que conviven en ella. Quiero suponer que ni ella misma es conocedora de
tales virtudes, y que en todo caso, el rubor le llegaría ababolando su tez al
hacérselas saber. Mora en la sencillez y en ella misma se erige el manantial de
frescura que envidiaría Isabel. Musa de la égloga no escrita por no haber sido
suficiente el frescor del prado servil que le sirviese de decorado. Gioconda
presente que enarbola la ternura como bandera mientras el viento le rinde
vasallaje al ondearla. Ella es, sencillamente, el perfecto trazo que todo lápiz esculpiría como boceto inmaculado de madurez conseguida .Nadie sea
capaz de tildar de hipérbole la sucesión inconexa de frases que nacieron sin
orden, movidas por el latido al que los dedos no fueron capaces de seguir.
Termino, acabo de verla, de soñarla, de sorprenderla en la furtividad del
horizonte. Ha sonreído, agachó la vista y no encuentro el equilibrio necesario
que me traiga la paz a las palabras que me han enmudecido.
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