domingo, 19 de octubre de 2014


de "A Ciegas", relato 26
            Su rostro

Decir que vuela la imaginación al contemplarlo sería quedarse con la humedad del mar embravecido e ignorar las olas, los salitres, los acantilados, las playas. No vuela, la imaginación, no; sencillamente se hace real. Es la perfección nacida de la belleza que atesora y que pone por alguaciles a sus ojos para que no escapen de su misión luminaria del mismo. No responde a ningún canon establecido por la sencilla razón de ser nulos los anteriores a ella. La armonía pespuntea los pómulos y la frente se muestra como pátina de albas por consagrar cada vez que, altiva y humilde a la vez, se yergue. No es belleza, es hermosura lo que destila  ese alambique que cualquier alquimista hubiese soñado manipular a su antojo. No es belleza, es calidez, es reposo, es pasión, es el adjetivo por descubrir entre los poemas no escritos aún por no haberse conocido en el mundo de las musas. Silencios rotos por los labios callados que perlan nácares dulzores no pronunciados. Vestal viva del templo clásico en el que la sacerdotisa suprema se inmoló al no poder igualarla. Helena ignota de las pasiones que desencadena y que serían capaces de derruir cualquier muralla del raciocinio. Julieta veronesa ante la que el trovador se rinde por no ser capaz de componer la melodía que le dé alcance. Melibea tunicada con las mil formas que el amor cortés puede ofrecer y que ella recibe. Novicia sevillana frente a la que el más bravo tenorio  rendiría su florete ante su insinuación de aquiescencia. Desdémona provocadora no provocativa del celo de aquel que sabe de la dicha por tenerla presente. Faz del maestro imaginero modelador del mariano rostro de pureza y lujuria que conviven en ella. Quiero suponer que ni ella misma es conocedora de tales virtudes, y que en todo caso, el rubor le llegaría ababolando su tez al hacérselas saber. Mora en la sencillez y en ella misma se erige el manantial de frescura que envidiaría Isabel. Musa de la égloga no escrita por no haber sido suficiente el frescor del prado servil que le sirviese de decorado. Gioconda presente que enarbola la ternura como bandera mientras el viento le rinde vasallaje al ondearla. Ella es, sencillamente, el perfecto  trazo que todo lápiz esculpiría como boceto  inmaculado de madurez conseguida .Nadie sea capaz de tildar de hipérbole la sucesión inconexa de frases que nacieron sin orden, movidas por el latido al que los dedos no fueron capaces de seguir. Termino, acabo de verla, de soñarla, de sorprenderla en la furtividad del horizonte. Ha sonreído, agachó la vista y no encuentro el equilibrio necesario que me traiga la paz a las palabras que me han enmudecido.

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