Encadenados
Así
se sentían en los polos divergentes que las realidades trazaban a su antojo.
Nada de lo soñado se había cumplido y el tono gris maceraba las desilusiones en
el matraz del desencanto. Vivían dos irrealidades que camuflaban bajo las túnicas
del status al que se habían subido sin oponer resistencia. Amantes distantes en
la distancia que marcan los centímetros cuando nada se espera porque nada
merece ser esperado. Ilusos de una comedia sin guión en la que los actos los
cerraban los aplausos tan fingidos que ni las velas se compadecían al iluminar el
duelo al que asistían. De nada servían las reuniones en las que se adivinaban felicidades
plastificadas por más que el consuelo quisiera aparecer ante ellos. Era cuestión
de determinar quién de los dos daría firma al epílogo que cerraría aquel libro
que prologó la ilusión y fue escrito con negras tintas. Nada les importaba del
otro. Ni siquiera se molestaron en fingir que les dolía el saberse en otros brazos,
en otros lienzos. Las excusas nacientes se alzaban como vallas del cerco de
inmunidad que les habían enseñado a no traspasar y así se conformaban. Pasaron
de lanzarse dardos a ni siquiera hacer el esfuerzo y daban por extinto lo que extinto
naciese. Y una noche, cuando dos rostros tan próximos como para hacerse sombra
se miraron en sus mutuos espejos, tomaron la decisión, tanto tiempo aplazada.
Entre las brumas que el silencio fue trazando descolgaron la invisible cortina de
la infelicidad y se dijeron. Cuentan que por las trashumancias en las que se
mueven los guiones, un actor interpreta sus papeles cada temporada meciéndose
en la incertidumbre de la certeza buscada. Saben que desde las trastiendas en
las que se agolpan los hilos de colores unas manos tejen ilusiones a quien esté necesitado
de ellas mientras los inciensos perfuman su vida. Aseguran que una vez
existieron unos seres semejantes que se sintieron encadenados a vivir una comedia
que no eligieron. Esta tarde, allá que las luces de artificio tomen su trono,
una representación se llevará a cabo dejando atrás a las bambalinas. En el
patio de butacas, enfrente de la cornucopia del pasillo de la derecha, unos
ojos verdes que vigilan unas trenzas caídas sobre los colores de un atuendo,
volverán a sonreír al saber que nada puede encadenar a quienes han nacido para
ser eslabones de su propio destino.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
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