jueves, 23 de octubre de 2014


    Emma

 

Era su carta de presentación la que nacía de los azabaches de su mirada  para cautivar al instante al afortunado que llegase a ella. Sus previos habían transcurrido entre los interrogantes que la necesidad lanza a aquellos desheredados de la fortuna a los que se les niega raíces cuando las raíces deciden ignorarlos. Poco le importaba ya el árbol del que la desprendieron hacía  años a aquella que de la fortaleza hizo fortuna. Compartió los menosprecios en las celdas que tunicaban,  aquellas que habían optado por el noviciado antes de dedicarse a salvar para la fe de las buenas costumbres a las almas condenadas de antemano. Almas nacidas del pecado de amar a contracorriente a quien no supo auxiliar a quien tanto prometiese. Ella, peldaño final de aquella escalera por la que descendiesen los amantes, ahora entendía las razones que durante tantos años no quiso entender. Era quien empezaba a concebir en su seno el resultado de la pasión que le llegó de repente y descolocó a sus cimientos. No sabía explicarse a sí misma qué fue lo que la cautivó de aquel que se le aproximó en la parada, que la acompañó al vagón, que se sentó a su lado. La curiosidad se fue prendiendo de los detalles de quien tímidamente, abría el libro de bolsillo. Comprobó que el lomo desgastado del mismo hablaba de las múltiples lecturas por las que había pasado y no pudo por más que sonreírse al verse sorprendida. Él, respondió a las dudas que la protagonista albergaba sobre  la protagonista y ella tuvo la sensación de que alguien había escrito su historia sin llegar a conocerla. Lentamente, las avenidas transcurrían en sentido inverso al que llevaban ambos en su deseo de seguir un trayecto no trazado. Llegaron al momento en el que poco importaba si el apeadero era el correcto o no. Vivían en la sensación de haber estado esperando este momento desde siempre. Daba lo mismo porque se sabían necesarios y así permanecieron en aquella acera que escupía transeúntes. Miraron a los ojos y comprendieron que la historia inacabada, la firmarían ellos dos a partir de entonces. Esta tarde, cuando paséis por la verja que rodea los parterres, estad atentos. Alguien está leyendo un tomo, con el lomo desgastado, mientras de cuando en cuando, eleva la voz para llamar a Emma, que juega con la arena ajena a todo lo demás. Algún día, ella también, compartirá asiento con quien sea capaz de acariciar los lomos desgastados de una historia tan hermosa que le parecerá vivida.   

 

 

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