Emma
Era su carta de presentación la que nacía de los
azabaches de su mirada para cautivar al
instante al afortunado que llegase a ella. Sus previos habían transcurrido
entre los interrogantes que la necesidad lanza a aquellos desheredados de la
fortuna a los que se les niega raíces cuando las raíces deciden ignorarlos.
Poco le importaba ya el árbol del que la desprendieron hacía años a aquella que de la fortaleza hizo
fortuna. Compartió los menosprecios en las celdas que tunicaban, aquellas que habían optado por el noviciado
antes de dedicarse a salvar para la fe de las buenas costumbres a las almas
condenadas de antemano. Almas nacidas del pecado de amar a contracorriente a
quien no supo auxiliar a quien tanto prometiese. Ella, peldaño final de aquella
escalera por la que descendiesen los amantes, ahora entendía las razones que
durante tantos años no quiso entender. Era quien empezaba a concebir en su seno
el resultado de la pasión que le llegó de repente y descolocó a sus cimientos.
No sabía explicarse a sí misma qué fue lo que la cautivó de aquel que se le
aproximó en la parada, que la acompañó al vagón, que se sentó a su lado. La curiosidad
se fue prendiendo de los detalles de quien tímidamente, abría el libro de
bolsillo. Comprobó que el lomo desgastado del mismo hablaba de las múltiples
lecturas por las que había pasado y no pudo por más que sonreírse al verse
sorprendida. Él, respondió a las dudas que la protagonista albergaba sobre la protagonista y ella tuvo la sensación de
que alguien había escrito su historia sin llegar a conocerla. Lentamente, las
avenidas transcurrían en sentido inverso al que llevaban ambos en su deseo de seguir
un trayecto no trazado. Llegaron al momento en el que poco importaba si el
apeadero era el correcto o no. Vivían en la sensación de haber estado esperando
este momento desde siempre. Daba lo mismo porque se sabían necesarios y así
permanecieron en aquella acera que escupía transeúntes. Miraron a los ojos y
comprendieron que la historia inacabada, la firmarían ellos dos a partir de
entonces. Esta tarde, cuando paséis por la verja que rodea los parterres, estad
atentos. Alguien está leyendo un tomo, con el lomo desgastado, mientras de
cuando en cuando, eleva la voz para llamar a Emma, que juega con la arena ajena
a todo lo demás. Algún día, ella también, compartirá asiento con quien sea capaz
de acariciar los lomos desgastados de una historia tan hermosa que le parecerá
vivida.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
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