jueves, 2 de octubre de 2014


     He decidido

“….dejar hablar a los silencios que tanto tiempo han secuestrado la voz que dormía. Dejar de creer en las ilusiones para llevarlas a cabo. Dejar de dejar reposar al corazón que brioso se muestra ante el detalle emotivo. Dejar de pasear mirando al suelo para elevar las pupilas y descubrir aquello que se me ha ido escapando entre las nubes grises que agitase el dolor. Dejar que la risa se adueñe de todo lo que considere digno de ser acogido por ella. Dejar la puerta entreabierta para que la opción la tome quien pase por delante de  ella y dude para después alegrarse. Dejar de conducirme por la senda del rencor porque cada vez que la transité grabé en mis huellas el daño esparcido. Dejar de lado la ingratitud para que quien fuera merecedor de ella no sienta el dardo de la misma. Dejar de tomar en serio al serio para intentar cambiarle su espejo empañado de correcciones lastrantes que quieran empañar el mío. Dejar de fingir que no amo para rendirme a la evidencia que delata cualquiera de mis actos, cualquiera de mis sueños, cuando reman en una misma dirección. Dejar de lado los lamentos para no cargar con las plañideras mejillas que  tantas veces ahogaron mis gritos. Dejar de buscar compasiones para no verme sometido a la caridad del óbolo misericordioso del abrazo fingido. Dejar de querer a quien no lo merezca para comenzar a amar a quien no lo sospecha. Dejar de barnizar con superpuestas capas a la piel que tantos arados de caricias han anticipado la siembra.  Dejar de soñarte porque sé que nos buscamos entre las encrucijadas del deseo. Dejar de presionar al tiempo porque sólo él será capaz de poner el cuándo al cómo que ya conozco. Dejar de pensar y seguir escribiendo para que el mañana se apiade de este soñador, de este juglar solitario, de este mendigo de ilusiones, que vive conmigo y tanto me conoce. He decidido todo esto con la incierta certidumbre que los sueños han dictado desde la valentía compasiva que la noche fue prestando”

La tarde caía y una leve llovizna se abría camino entre las ilusiones perdidas. Un paseo sin rumbo la guió a su antojo, sin rumbo fijo ni destino claro. El sobre no cerrado reposaba sobre las hendiduras del olivo y sintió la necesidad que la curiosidad promulga. Leyó. Y desde aquel instante supo que un alma solitaria, que un alma gemela, vagaba en su busca.

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