Alicia
No recuerdo cual era su apellido, pero su nombre
sigue presente en el boceto de la memoria. Cursaba estudios en Santa Ana y a
todas luces era un espíritu tan inquieto como rebelde. La típica alumna que
debía caer bien por sus argucias a la hora de desenvolverse entre los hábitos
autoritarios de las hermanas vigilantes. Pertenecía al primer curso de los
últimos cursos a los que se les permitía ciertas licencias a la hora de vestir
fuera del colegio y cuyos horarios de regreso en los días festivos prolongaban
los minutos al mismo ritmo con el que se acortaban las faldas. Azabache el
color de su peinado que conforme a la moda lucía la toga de rigor que enmarcaba
la finura de su rostro. Pocas veces la sonrisa tuvo mejor exponente y nadie con
tanta frescura cruzó por mi vida. Supongo, o mejor, afirmo, que los años
cumplieron con su ritual a la hora de manifestarse entre los que ya
comenzábamos a afeitarnos. Primeras ilusiones que nacían del enamoramiento que
sólo se tiene cuando se tiene esa edad. Ella ocupó los minutos que los temarios
ignoraban y entre movimientos armónicos simples o reacciones químicas no hubo
ninguno que alcanzase el nivel que ella provocaba. Pertenecía a un grupo en el
que la reina se encelaba por no entender cómo sus dorados tirabuzones no alcanzaban
el éxito que esta pizpireta conseguía. Era cuestión de empatía y mientras una
impactaba para después enfriar, ella, Alicia, impactaba para prolongar su
presencia con el brillo de su simpatía. Creo que la Eva María que sonaba de
fondo como princesa playera en realidad debió llevar su nombre para hacer más
creíble la historia que cantaba al amor adolescente. Y sin duda alguna, estar a
su lado, por breve que resultasen los momentos en la Alameda, acabó sabiendo a
las mil maravillas que su propio nombre reclamaba. Estoy seguro que seguirá
sonriendo de ese modo tan encantador capaz de derretir a todo aquel que se
atreva a encararse con ella. Quizás la falda plisada de cuadros escoceses
tableada reposa en algún álbum de fotografías que el tiempo ha ido enmarcando
para dar testimonio de aquel tiempo de esperanzas. Quizás, sólo quizás, en
alguno de sus recuerdos, un hueco me pertenezca y siga pensado que a pesar de
todo mereció la pena el habernos conocido. Seguro que sonreirá y volverán a mí
el sabor de sus labios.
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