miércoles, 11 de marzo de 2015


      Gallud Jardiel

De cuando en cuando los rostros que convivimos en aquellos años entre aquellos muros regresan con la intención de hacerse presentes. Desde la nostalgia, quienes fuimos compañeros sabemos que formaron parte de la orla de la vida que la vida misma se encarga de enmarcar. Y a veces la casualidad se pone de tu parte para que así sea. De hecho tuvo que ser dicha casualidad la que me impulsó a ojear las estanterías de la sección de libros de unos grandes almacenes. Y entre tantos y tantos volúmenes, allá abajo, en el penúltimo de la derecha, el lomo del libro habló por él.  Enrique Gallud Jardiel, autor de reconocido prestigio, ponía firma a unos cuentos hindúes. La emoción del reencuentro me retrocedió a estos años que siguen destilándose en esta crónica. Y en ella, apareció aquel flequillo que insistentemente peinaba entre sus dedos este espíritu inquieto que era y supongo que sigue siendo Enrique. Y aquella zurda que manejaba el balón a modo y manera de los astros germanos u holandeses del momento. Rebelde que no comulgaba con los dogmas de la aquiescencia ni del ordeno y mando en cuyo pasaporte se cuñaban las periódicas estancias en la Joya de la Corona Británica. Sin duda alguna por su sangre corría y seguirá corriendo el amor por el teatro heredado desde la ironía y el sarcasmo de su abuelo. Estoy seguro que habrá plantado un almendro bajo el que los sueños de Eloísa sigan buscando cumplir los imposible, porque nada es imposible en el mundo del utópico soñador. Él, que igual se apuntaba al punteo de una guitarra, como al coro de un canto, como a los sonidos del bongo, supo ver como pocos la línea del horizonte más allá de lo que el mismo horizonte limitaba. Por eso sé y por eso sabe que aquellos años constituyeron la provisionalidad de un camino cuyas etapas nadie es capaz de lacrar con cera negra por más empeño que ponga. Él se ha encargado de dar carpetazo al dosier de la injusticia y por más que le pese es incapaz de guardar rencor, por merecido que lo crea. Sigue plasmando en sus obras todo cuánto calla porque como buen pez, sabe nadar y guardar la ropa. Eso sí, las escamas siempre estarán dispuestas a emocionarse si en las proximidades ve fluir al recuerdo de aquellos años que sin duda alguna nos marcaron menos de lo que quisieron y más de lo que nos negamos.    
Jesús(defrijan)

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