Gallud
Jardiel
De cuando en cuando los
rostros que convivimos en aquellos años entre aquellos muros regresan con la
intención de hacerse presentes. Desde la nostalgia, quienes fuimos compañeros
sabemos que formaron parte de la orla de la vida que la vida misma se encarga
de enmarcar. Y a veces la casualidad se pone de tu parte para que así sea. De
hecho tuvo que ser dicha casualidad la que me impulsó a ojear las estanterías
de la sección de libros de unos grandes almacenes. Y entre tantos y tantos
volúmenes, allá abajo, en el penúltimo de la derecha, el lomo del libro habló
por él. Enrique Gallud Jardiel, autor de
reconocido prestigio, ponía firma a unos cuentos hindúes. La emoción del
reencuentro me retrocedió a estos años que siguen destilándose en esta crónica.
Y en ella, apareció aquel flequillo que insistentemente peinaba entre sus dedos
este espíritu inquieto que era y supongo que sigue siendo Enrique. Y aquella
zurda que manejaba el balón a modo y manera de los astros germanos u holandeses
del momento. Rebelde que no comulgaba con los dogmas de la aquiescencia ni del
ordeno y mando en cuyo pasaporte se cuñaban las periódicas estancias en la Joya
de la Corona Británica. Sin duda alguna por su sangre corría y seguirá
corriendo el amor por el teatro heredado desde la ironía y el sarcasmo de su
abuelo. Estoy seguro que habrá plantado un almendro bajo el que los sueños de
Eloísa sigan buscando cumplir los imposible, porque nada es imposible en el
mundo del utópico soñador. Él, que igual se apuntaba al punteo de una guitarra,
como al coro de un canto, como a los sonidos del bongo, supo ver como pocos la
línea del horizonte más allá de lo que el mismo horizonte limitaba. Por eso sé
y por eso sabe que aquellos años constituyeron la provisionalidad de un camino
cuyas etapas nadie es capaz de lacrar con cera negra por más empeño que ponga.
Él se ha encargado de dar carpetazo al dosier de la injusticia y por más que le
pese es incapaz de guardar rencor, por merecido que lo crea. Sigue plasmando en
sus obras todo cuánto calla porque como buen pez, sabe nadar y guardar la ropa.
Eso sí, las escamas siempre estarán dispuestas a emocionarse si en las
proximidades ve fluir al recuerdo de aquellos años que sin duda alguna nos
marcaron menos de lo que quisieron y más de lo que nos negamos.
Jesús(defrijan)
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