jueves, 5 de marzo de 2015


 

 Anginas, paperas y cegueras

Por aquellos años entró en vigor la nueva Ley de Educación que presentaba como novedad  las evaluaciones. Esas pruebas amenazadoras que a lo largo del curso iban colocando el listón a superar por medio de los exámenes intensos. A su vez desaparecieron las reválidas para facilitar la llegada a los estudios superiores a la mayoría de los alumnos que demostrasen continuidad en el estudio. De hecho, no recuerdo más de uno o dos repetidores de curso. Y con ser una opción buena las mencionadas evaluaciones, de los exámenes finales no quedaba exento nadie. Debían conjugarse el estudio, la memorización y la suerte a la hora de superarlos a pesar de haber llevado una evolución positiva a lo largo de los meses. También salió a la platea de lo posible la peregrina idea del ministro de turno de dar comienzo al curso en Enero y finalizarlo en Diciembre. Duró un suspiro y no nos afectó en absoluto. Así que aquel mes de Mayo los enfriamientos propios de la edad propiciados por los juegos y pausas dieron como resultado la aparición de unas descomunales anginas y la fiebre correspondiente. El dilema consistía en guardar cama y suspender aunque llevases el curso aprobado o soportar las décimas lo mejor posible y realizar el examen de turno entre escalofríos estaba claro. El abrigo, la bufanda y todo el vestuario invernal pasaron a la sala de exámenes a acompañar a quien se veía necesitado de superar el curso en una última prueba. Y con ser todo esto increíble, la aparición de una epidemia de paperas, añadió un punto más de dificultad. Cada noche, al acostarnos, un nuevo caso aparecía y con él el temor al contagio. A esto había que añadir la hipérbole de aquellos que aventuraban todo tipo de desgracias en los bajos inguinales de quienes las padeciesen. Total, un incesante temor entre los que aún no estábamos contagiados. Que si te quedarías estéril, que si impotente, que si calvo; menos ciego, cualquier cosa podía suceder según los futurólogos agoreros que convivían entre nosotros. Al final, tras semanas de pandemia, la cosa remitió. Algunos regresaron con el cabello intacto y los más iríamos quedándonos calvos poco a poco en años posteriores. Por cierto, la ceguera paulatina tampoco llegó pese a la leyenda que la asociaba a los trabajos manuales. De haber sido así, más de uno habría salido de allí absolutamente ciego, y no me refiero en exclusividad a los internos.   
Jesús(defrijan)

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