lunes, 30 de marzo de 2015


 

    Los juegos térmicos

En realidad eran juegos calefactables que añadían calorías a nuestros cuerpos en aquellas jornadas invernales. Entre los más comunes estaba el balonazo a modo y manera de lombarda medieval que buscaba en ti a la diana a la que calentar. Imaginaos lo que suponía el impacto de aquel plástico endurecido por el frío en nuestro cuerpo y os haréis una idea de lo mucho que calentaba. Pues bien, con ser este uno de los mecanismos, digamos que las manos quedaban huérfanas de tal aporte calórico. De modo que se pusieron de moda otros juegos traídos de la imaginación o de la propia cuna como la taba. Los pulcros usaban el hueso porcino acarreado desde casa a modo de homenaje a las raíces. A los menos duchos una caja de cerillas les servía como juez a la hora de determinar los roles de rey, verdugo o víctima. El correazo subsiguiente sobre la mano convertía a las falanges en files exponentes del fuego más propio de una caldera que de un inocente juego infantil. Aquí los hermanos Borjabad eran unos virtuosos a la hora de rotar la susodicha taba. No recuerdo haber visto a Migue pagar jamás en semejante juego. Y si con todo esto no era suficiente, el abejorro se ofrecía como opción ciega. Veamos las normas. Un reo al azar se situaba de espaldas a varios verdugos que al imitar el zumbido del abejorro le descargaban un manotazo sobre una de sus manos vueltas sobre su costado y de modo ciego debía adivinar el nombre de quien le había soltado el guantazo. Al final se calentaban por igual las manos el receptor y el emisor. La buena fe se les suponía a los que estaban a las espaldas a la hora de no mentir si eran descubiertos. Lo dicho, se les suponía. Hubo veces en las que el pagano no se logró explicar su enorme mala suerte mientras su mano ardía. Con un poco de clemencia se le permitía cambiar de mano receptora, sobre todo para igualar el aumento de tamaño en ambas. Dejaré a un lado a aquellos saltos de churro,  mediamanga y mangotero por si en la actualidad alguno a los que por edad le empiecen a doler los huesos de la columna decide echarle la culpa a aquellos impactos a modo y manera de caballos cimarrones. Lo que no he podido evitar es la sonrisa cada vez que por casualidad aparece ante mis ojos una caja de Atrix o de Nivea que tantos ungüentos proporcionaron a  la epidermis de aquellas víctimas.

Jesús(defrijan)

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