El cubo del hippy
El curso había avanzado lo suficiente como para
ubicar a cada quien en su escalón de clase. Más inteligentes, menos
inteligentes, más trabajadores, menos trabajadores, más cualificados, menos
cualificados. Total, que a lo variopinto de la situación se le solía añadir
alguna salida de tono que venía a romper la monotonía de las clases para
regocijo general. Y tal sucedió aquella vez que nos tocaba trabajar con los
prismas, ortoedros y todo tipo de figuras geométricas. Estaba clara la
dificultad de plasmar en perspectiva lo que se exigía bidimensional sobre una
pizarra negra y con algo de práctica acababas consiguiéndolo. Se abrió la
carpeta de notas y sin necesidad de pedir voluntarios fue sacado a la tarima
aquel que respondía al sobrenombre de hippy. Desde su look absolutamente
rompedor rayano en lo permisible, su pantalón vaquero con flecos deshilachados
en los bajos acompañaban a su cazadora vaquera sobre la que la psicodelia
intentaba hacerse un hueco a lo flower power. De modo que ensimismado en sus
pensamientos entre los que no figuraban los poliedros salió a escena. Le fue
solicitado el trazo de un cubo y decidido tomó tiza. Quizás si se hubiese
mencionado el trazo con el nombre ortodoxo de hexaedro habría tenido
suficientes pistas, pero no fue así. Cogió el yeso entre sus dedos y sin
temblor alguno dibujó el perfil de un cubo. Efectivamente, un cubo como el que
habitualmente usaban nuestras madres para acarrear agua cuando era necesario.
Al acabar y quedarse muda la clase la carcajada subsiguiente le sacó de su
error. Rápidamente reaccionó y antes de que las últimas risas dejasen de oírse,
le añadió un semicírculo en forma de asa con la que el boceto quedaba perfecto.
Los ojos desorbitados de la hermana Gregoria no daban crédito. Lo que tenía que
ser una explicación tridimensional sobre el cloruro de sodio acababa siendo un
recipiente sobre el verter líquidos. Aquella última pincelada acabó por
provocar el delirio más brutal que quijadas de compañeros hayan emitido nunca.
Aquello marcó un antes y un después en el mundo de la geometría y demostró
suficientemente la imposibilidad de casación entre el diseño matemático
siguiendo las directrices clásicas y el sueño californiano de paz y amor. No
dejo de tararear para mis adentros a Jim Morrison cada vez que por
circunstancias varias, escasea el agua y ha de hacerse acopio para futuros
riegos. He de reconocer que los rosales y lileros se ponen de su parte
tarareando “Come on baby, light my fire”.
Jesús(defrijan)
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