Ocio
Menudo de estatura y con una grandeza de ideales
que revestían su cuerpo, se encargó de la parte física que a modo de campamento
falangista nos impartía dos veces por semana. A la dureza del clima se le
añadía la del cemento del patio que en sus clases se convertía en simulacro de
anfiteatro romano en el que ejercitar el cuerpo. La instrucción era ausente de
sus requerimientos y el salto del potro, la travesía del plinton o el salto de
altura a rodillo se unían al lanzamiento de peso en la parte gravada del patio.
Desde allí, tomando la senda paralela a la pared vecinal, la inexistente pista
de cien metros la recorríamos a toque de silbato en trayecto de ida y vuelta. Sigue
siendo un misterio el cómo sobreviví a la única voltereta sobre el potro con la
que casi me parto la crisma. Sólo diré que el bueno de don Antonio sabía hacer
la vista gorda sobre las aptitudes escasamente atléticas de más de uno entre
los que yo me encontraba. A ese hándicap le restábamos la pasión desmedida por
el fútbol que a modo de premio nos permitía practicar en la sesión vespertina
de su clase los viernes de tres a cuatro. Sé que tras su camisa azul mahón y
sujetos a su corbata negra residían los sueños inalcanzables de una revolución
que acabó siendo la no soñada por él y tantos como él. Se dejó llevar por el
tiempo de los cambios y supo reponerse al luto que como padre le tocó pasar. Su
pelo engominado hacia atrás y su mirada directa hablaban por él más de lo que
él mismo sospechaba. Por eso aquella tarde en la que alargamos su clase de
viernes la rabia contenida cubrió su rostro cuando fuimos abofeteados por el
padre Dionisio en fila ordenada al haber incumplido la norma que el horario
imponía. Una vez más, desde el tono afrancesado que dictaban esas sotanas los carrillos cobraron color púrpura por
haber cambiado el horario sin permiso. Don
Antonio Ocio se solidarizó con nosotros y me consta que habló en nuestra
defensa. Sé que fue nombrado alcalde de Utiel en esos años de últimos suspiros
y esperadas bocanadas de libertad más allá de las que el Movimiento Inmóvil
soñó perpetuar. Aquel paso vivaz que el humo del tabaco envolvía ha vuelto para
hacerse un hueco, como siempre, sin exigir la primera fila, que por méritos
mereció.
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