Jesucristo
Superstar
Aquel acontecimiento
revolucionó a casi todo el alumnado de Utiel. Venido del Reino Unido, el
musical se convirtió en un referente en el mundo de las óperas rock y con tal
de sumarse a la modernidad se planteó llevar a cabo la representación. Años
después coincidí con Adolfo, desconocido mío, que me confesó ser uno de los
promotores junto a Colón y Chapeau de llevar
cabo dicha obra. Según me dijo, se presentaron en Madrid a presenciar la
película y grabaron la banda sonora. Posteriormente adaptaron la letra al
castellano y empezó el casting entre el
alumnado. No reincidiré en las nulas cualidades que nos cubrían al grupo de
amigos para no redundar en el dolor. Lo único que diré es que ni para vender
entradas fuimos seleccionados. Así que mientras los ensayos eran abiertos en
vez de gozar de los mismos buscamos consuelo en La Cueva, tasca absolutamente
recomendable, en la que Manolo ejercía de anfitrión, barman y camarero a su
antojo mientras Suzie Quatro nos acompañaba desde la máquina de discos. Daba
igual lo que pidieses porque ya se encargaba de traerte lo que le apetecía. A
escasos metros de La Cueva, la peluquería. Allí desaparecieron incipientes
cardados que no eran bien vistos entre las sotanas vigilantes del decoro.
Interpretaron que los melenudos no aportaban nada positivo a la buena marcha
del sentir carpetovetónico que debía perpetuarse. De modo que dejaron en
manos de aquellos dedos diestros las melenas no nacidas y el corte a navaja
hizo el resto. Eso sí, la raya sobre el cráneo no fue obligatoria. Mientras
tanto los ensayos continuaban y Jesucristo se convertía en una estrella bajo el
juego de luces que manejaba Sanz desde el coro parroquial. Fue un éxito rotundo
y los clamores de Hosana aún se recuerdan entre los que lo disfrutaron. Años
después, todo el mundo se maravilló ante el éxito madrileño de dicha obra
interpretada por los cantantes de moda conocidos. Ni vi la película ni asistí al
teatro; ya habíamos disfrutado de la primicia y sería difícil superarla. A la
par, y por expresa recomendación del padre Francisco, se nos permitió asistir a
la proyección de “Un hombre llamado caballo”, película de culto en la que
Richard Harris pasaba las de Caín en las pruebas a las que le sometieron los
pieles rojas. Así que entre crucifixiones rockeras y sadismo tribal completamos
la trilogía que faltaba en la lista de aguantes ante las muestras de dolor. No,
no me falta ninguna. Recordad el tormento de las duchas y estará completa.
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