El latín
En aquellos planes de enseñanza que nos tocaron
sufrir, el aprendizaje de la lengua clásica se daba por descontado. Hasta entonces, la mayor aproximación a la misma
había resultado de la audición de las letanías en los rosarios o las réplicas y
contrarréplicas en los responsos de los funerales. De ahí que la vuelta atrás
en los vocablos se presentase tan atrayente como penosa en algunos de los
casos. Las declinaciones no tenían término medio entre el odio o la veneración
y a más de uno se le adosó sobre la piel la toga invisible de senador romano a
la hora de las traducciones. A casi todos menos a uno a quien el pudor me
impide nombrar. Lo cierto y verdad es que entre los avatares del Imperio Romano
expuestos en las guerras de la Galia y aquellas escaramuzas de las legiones más
allá del Adriático, la confusión estaba más que presta a salir a la menor
ocasión. Y así fue, efectivamente. Y no fue en otro papiro más que el que
provenía de la traducción apoyada en el diccionario Vox que tantos auxilios nos
prestó. El tema estaba en cómo Julio César ordenó a quien sería su futuro
traidor, Bruto, a que sacase a sus naves del puerto de Ostia. Creo que la
conciliación del idioma, de la historia y del poco estudio forjaron la tríada
perfecta para asumir el disparate supremo. De aquella noble oración que rezaba
“César mandó sacar las naves del puerto de Ostia a Bruto” se derivó
aquella otra en la que los términos
cambiaban a mayor gloria del traductor. Bruto pasó a ser el calificativo de
César y al puerto se le añadió una hache a modo y manera de sacrílega forma sinónima de golpe rotundo. Cuando el
susodicho pronunció tal crónica a voz alzada hasta el Vesubio interior del cura
encargado comenzó a erupcionar. Las subsiguientes carcajadas sólo lograron
calmarse al tronar las sucesivas amenazas nacidas de la laringe de aquel hábito
marrón. Creo que desde entonces, cada vez que anuncian un crucero por el
Mediterráneo no dejo de pensar si hará escala en Ostia y Bruto renacerá con
tantos bríos como en aquella ocasión a modo de titán invencible. Estaba claro que aquel paso del Rubicón hacia
el aprendizaje nunca tuvo mejores esloganes con sus “la suerte está echada” o
“llegué, vi y vencí” .Una pena que no se
sigan exigiendo en los currículos, sin duda.
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