domingo, 22 de marzo de 2015


 

   El latín

En aquellos planes de enseñanza que nos tocaron sufrir, el aprendizaje de la lengua clásica se daba por descontado. Hasta  entonces, la mayor aproximación a la misma había resultado de la audición de las letanías en los rosarios o las réplicas y contrarréplicas en los responsos de los funerales. De ahí que la vuelta atrás en los vocablos se presentase tan atrayente como penosa en algunos de los casos. Las declinaciones no tenían término medio entre el odio o la veneración y a más de uno se le adosó sobre la piel la toga invisible de senador romano a la hora de las traducciones. A casi todos menos a uno a quien el pudor me impide nombrar. Lo cierto y verdad es que entre los avatares del Imperio Romano expuestos en las guerras de la Galia y aquellas escaramuzas de las legiones más allá del Adriático, la confusión estaba más que presta a salir a la menor ocasión. Y así fue, efectivamente. Y no fue en otro papiro más que el que provenía de la traducción apoyada en el diccionario Vox que tantos auxilios nos prestó. El tema estaba en cómo Julio César ordenó a quien sería su futuro traidor, Bruto, a que sacase a sus naves del puerto de Ostia. Creo que la conciliación del idioma, de la historia y del poco estudio forjaron la tríada perfecta para asumir el disparate supremo. De aquella noble oración que rezaba “César mandó sacar las naves del puerto de Ostia a Bruto” se derivó aquella  otra en la que los términos cambiaban a mayor gloria del traductor. Bruto pasó a ser el calificativo de César y al puerto se le añadió una hache a modo y manera de sacrílega  forma sinónima de golpe rotundo. Cuando el susodicho pronunció tal crónica a voz alzada hasta el Vesubio interior del cura encargado comenzó a erupcionar. Las subsiguientes carcajadas sólo lograron calmarse al tronar las sucesivas amenazas nacidas de la laringe de aquel hábito marrón. Creo que desde entonces, cada vez que anuncian un crucero por el Mediterráneo no dejo de pensar si hará escala en Ostia y Bruto renacerá con tantos bríos como en aquella ocasión a modo de titán invencible.  Estaba claro que aquel paso del Rubicón hacia el aprendizaje nunca tuvo mejores esloganes con sus “la suerte está echada” o “llegué, vi y vencí”  .Una pena que no se sigan exigiendo en los currículos, sin duda. 

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