martes, 17 de marzo de 2015


 

     El viaje soñado

Dos años faltaban para realizarlo. Por lo tanto había más que tiempo suficiente para elucubrar sobre destinos. Así que lanzamos el cabo de la brújula de la ilusión y empezamos por Grecia. Bueno, realmente, por Grecia o Egipto. Había dos opciones y a veinticuatro meses vista tampoco era cuestión de ponerse drásticos. Ambos destinos apetecibles, ambas culturas dignas de ser visitadas. Los números cuadraban perfectamente entre quienes manejábamos los cálculos con o sin regla. Tantos somos, a tantas papeletas de sorteo vendidas, tanto beneficio obtenemos. No había duda, era factible. De modo que comenzamos con tres premios de tronío. El primero, un Seat ciento veinticuatro Sport o un Mini; el segundo premio, una Bultaco Lobito; el tercer premio, un televisor en color de los primeros del mercado. La cuestión era tal que sobraba dinero como para hacernos acompañar de quien decidiésemos. Ingentes beneficios que darían con nuestros huesos en la Acrópolis ateniense o en el Valle de los Reyes a todo tren. Así que el primer año de la cuenta atrás había empezado con buen pie. Llegó el segundo año y no sé si alguien recuperó la sensatez o la desilusión se hico un hueco. El hecho estuvo en que nos olvidamos del deportivo y con ello olvidamos a  Grecia, dijimos adiós a Egipto y pensamos en el Renacimiento, en Italia. Los premios seguían en pie, excepto el ciento veinticuatro sport que se acabó convirtiendo en un ochocientos cincuenta. Así pasó, para no redundar en las decepciones, el penúltimo año de espera. De modo que llegado el final de bachiller dejamos a un lado al coche, renunciamos a la Bultaco y dimos carpetazo a la televisión en color. La cesta de navidad suplió a todas las quimeras anteriores y ni siquiera la esperanza de que no saliese un agraciado pudo consolarnos. Le tocó a Rafael, tío de mi amigo Teo, y en esos beneficios creo que no cubrimos ni las garrapiñadas que completaban dicha cesta. Atrás quedaba el recuerdo de aquel viaje a Mallorca y como no era cuestión de repetir,  Ibiza no resultó mal destino. Esta vez la salida fue en hora y día correctamente comprobados y de la llegada al  hotel Victoria o de las andanzas propias de quienes ya teníamos dieciséis no diré más. Que cada cual se haga una idea de lo que llegó a suponer el desembarco hormonal en la Pitiusa e imagine. Supongo que aún existirá la discoteca Xaloc y que será prudente a la hora de testificar si llegase el caso.

 

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