El viaje soñado
Dos años faltaban para realizarlo. Por lo tanto
había más que tiempo suficiente para elucubrar sobre destinos. Así que lanzamos
el cabo de la brújula de la ilusión y empezamos por Grecia. Bueno, realmente,
por Grecia o Egipto. Había dos opciones y a veinticuatro meses vista tampoco
era cuestión de ponerse drásticos. Ambos destinos apetecibles, ambas culturas
dignas de ser visitadas. Los números cuadraban perfectamente entre quienes
manejábamos los cálculos con o sin regla. Tantos somos, a tantas papeletas de
sorteo vendidas, tanto beneficio obtenemos. No había duda, era factible. De
modo que comenzamos con tres premios de tronío. El primero, un Seat ciento
veinticuatro Sport o un Mini; el segundo premio, una Bultaco Lobito; el tercer
premio, un televisor en color de los primeros del mercado. La cuestión era tal
que sobraba dinero como para hacernos acompañar de quien decidiésemos. Ingentes
beneficios que darían con nuestros huesos en la Acrópolis ateniense o en el
Valle de los Reyes a todo tren. Así que el primer año de la cuenta atrás había
empezado con buen pie. Llegó el segundo año y no sé si alguien recuperó la
sensatez o la desilusión se hico un hueco. El hecho estuvo en que nos olvidamos
del deportivo y con ello olvidamos a
Grecia, dijimos adiós a Egipto y pensamos en el Renacimiento, en Italia.
Los premios seguían en pie, excepto el ciento veinticuatro sport que se acabó
convirtiendo en un ochocientos cincuenta. Así pasó, para no redundar en las
decepciones, el penúltimo año de espera. De modo que llegado el final de
bachiller dejamos a un lado al coche, renunciamos a la Bultaco y dimos
carpetazo a la televisión en color. La cesta de navidad suplió a todas las
quimeras anteriores y ni siquiera la esperanza de que no saliese un agraciado
pudo consolarnos. Le tocó a Rafael, tío de mi amigo Teo, y en esos beneficios
creo que no cubrimos ni las garrapiñadas que completaban dicha cesta. Atrás
quedaba el recuerdo de aquel viaje a Mallorca y como no era cuestión de
repetir, Ibiza no resultó mal destino.
Esta vez la salida fue en hora y día correctamente comprobados y de la llegada
al hotel Victoria o de las andanzas
propias de quienes ya teníamos dieciséis no diré más. Que cada cual se haga una
idea de lo que llegó a suponer el desembarco hormonal en la Pitiusa e imagine.
Supongo que aún existirá la discoteca Xaloc y que será prudente a la hora de
testificar si llegase el caso.
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