Las visitas
periódicas
Con cierta regularidad solíamos recibir la visita
de nuestra familia el domingo acordado. Si la época era invernal El Vegano solía ser el lugar escogido para
comer y compartir experiencias con ellos. Tras la misa de rigor, y previo
aviso, salíamos acompañados a pormenorizar los acontecimientos vividos desde la
última ocasión. Normalmente callábamos las penurias para no agravar más el
desaliento que nuestra ausencia obligada les proporcionaba y dirigíamos los
comentarios a lo meramente lectivo. Está de sobra mencionar el silencio sepulcral
que se tendía sobre las fechorías y las
subsiguientes penitencias. En el intercambio de opiniones con el cura de rigor
aparecieron los conceptos como cinismo, peloteo o falsa camaradería que nos
resultaban ajenos a los que éramos casi a diario ignorados reclusos. De
cualquier forma no se trataba de empezar el domingo levantando las cartas sobre
el tapete para sacar a la luz las falsedades. La cuestión era el darle
pasaporte rápido a los minutos de tutoría y pasar el día fuera. Allí los
esfuerzos por hacerme entender conceptos matemáticos sobre una servilleta de
papel mientras la paella llegaba daban fe de cuántas carencias teníamos quienes
nos considerábamos sabedores. Aún recuerdo los ímprobos esfuerzos de mi
progenitor para enfocar mi futuro hacia la sanidad; más concretamente hacia la
otorrinolaringología, por ser uno de sus mayores pacientes. Todo esto
transcurría mientras el invierno se hacía dueño. Pero llegado el buen tiempo,
el picnic en la explanada de la ermita de la Virgen del Remedio, cobraba
protagonismo. Aún conserva la mesa de camping aquel sabor de recuerdo a
tortilla de patatas y el de pollo frito con tomate. Lo cierto y verdad es que
aquellos que vivimos esa etapa siempre hemos tenido un déficit de convivencia
que la razón impuso y el corazón penó. La llegada a la edad adulta se cobraba
un peaje excesivo por más que intentasen nuestros padres no demostrar dolor.
Pronto llegaríamos a la edad en la que entenderíamos el porqué y lo
asumiríamos. Mientras tanto, aquel chándal azulón con ribetes blancos y rojos
iba menguando como menguaban los días que nos restaban para abandonar el
internado y en los pies tomaban feudo las botas de lona John Smith, o las Keds,
o las Boxer que tan de moda estaban. A su vez, las primeras ilusiones, las primeras
miradas de conquista, los primeros rubores, los primeros besos, llamaban a la
puerta.
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