lunes, 23 de marzo de 2015


 

    Las visitas periódicas

Con cierta regularidad solíamos recibir la visita de nuestra familia el domingo acordado. Si la época era invernal  El Vegano solía ser el lugar escogido para comer y compartir experiencias con ellos. Tras la misa de rigor, y previo aviso, salíamos acompañados a pormenorizar los acontecimientos vividos desde la última ocasión. Normalmente callábamos las penurias para no agravar más el desaliento que nuestra ausencia obligada les proporcionaba y dirigíamos los comentarios a lo meramente lectivo. Está de sobra mencionar el silencio sepulcral que se tendía sobre las  fechorías y las subsiguientes penitencias. En el intercambio de opiniones con el cura de rigor aparecieron los conceptos como cinismo, peloteo o falsa camaradería que nos resultaban ajenos a los que éramos casi a diario ignorados reclusos. De cualquier forma no se trataba de empezar el domingo levantando las cartas sobre el tapete para sacar a la luz las falsedades. La cuestión era el darle pasaporte rápido a los minutos de tutoría y pasar el día fuera. Allí los esfuerzos por hacerme entender conceptos matemáticos sobre una servilleta de papel mientras la paella llegaba daban fe de cuántas carencias teníamos quienes nos considerábamos sabedores. Aún recuerdo los ímprobos esfuerzos de mi progenitor para enfocar mi futuro hacia la sanidad; más concretamente hacia la otorrinolaringología, por ser uno de sus mayores pacientes. Todo esto transcurría mientras el invierno se hacía dueño. Pero llegado el buen tiempo, el picnic en la explanada de la ermita de la Virgen del Remedio, cobraba protagonismo. Aún conserva la mesa de camping aquel sabor de recuerdo a tortilla de patatas y el de pollo frito con tomate. Lo cierto y verdad es que aquellos que vivimos esa etapa siempre hemos tenido un déficit de convivencia que la razón impuso y el corazón penó. La llegada a la edad adulta se cobraba un peaje excesivo por más que intentasen nuestros padres no demostrar dolor. Pronto llegaríamos a la edad en la que entenderíamos el porqué y lo asumiríamos. Mientras tanto, aquel chándal azulón con ribetes blancos y rojos iba menguando como menguaban los días que nos restaban para abandonar el internado y en los pies tomaban feudo las botas de lona John Smith, o las Keds, o las Boxer que tan de moda estaban. A su vez, las primeras ilusiones, las primeras miradas de conquista, los primeros rubores, los primeros besos, llamaban a la puerta.

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