Los cortes de pelo
Estaba clara la
opción imperante de cara a dar buena imagen. Y entre ese reflejo en absoluto se
contemplaba la opción del pelo largo. Al referirme a la longitud no estoy
mencionando a las extensas melenas propias de la época que cualquier moderno
pudiese soñarse tener como participante
en el concierto de Woodstock. Me refiero a la mínima posibilidad de camuflaje
de las orejas bajo algún mechón que oficiase de cubre. El canon lo marcaba el
perfil que según los curas abogaba por la decencia de las formas. Así que no
fue de extrañar que los sucesivos requerimientos de corte estuviesen a la orden
del día. Y ante ellos el tira y afloja por parte de alguno de los internos. En
más de una ocasión se realizó en la misma tarde el trayecto de ida y vuelta a
la peluquería sucesivas veces. Al regreso, el cura de turno miraba desde la
tarima de la sala de estudio al encausado, le giraba el cuello y si la medida
del corte no era la ordenada, lo encaminaba de nuevo hacia el sillón del
barbero. Creo que por aquella época los cortes de pelo a navaja estaban de
plena moda entre quienes vestían de chaqueta y corbata habitualmente cruzando a
esta última con un alfiler y calzando gemelos sobre los puños. O sea nada que
ver con el vestuario o el look de
quiénes éramos la antítesis de los oficinistas o señores de bien. De ahí el
absurdo empeño en convertir en réplicas de adulto a los que no lo eran y el más
absurdo empeño de luchar contra la estupidez desde el encabezonamiento. Una tarde en la que se puso de manifiesto el
duelo entre el hábito y los pantalones vaqueros, al cuarto regreso de la citada
peluquería se zanjó la cuestión tal y como el razonamiento de la época
permitía. En base a igualar estaturas desde la tarima de madera, le fueron
depositados dos recordatorios en los carrillos a aquel que osó echar un pulso a
la norma. Creo que a todos nos dolió por injusta la penitencia. No se trataba
de marcar la norma, no. Fue más bien un acto de soberbia ante todo el auditorio
para dejar claro quién mandaba gustase o no gustase. Sabíamos que el tiempo
acabaría colocando a cada cual en su puesto, independientemente de la longitud
de sus cabellos o la rotundidad de sus yemas. Y así fue.
Jesus(defrijan)
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