martes, 31 de marzo de 2015


 

     Los cortes de pelo

Estaba clara la opción imperante de cara a dar buena imagen. Y entre ese reflejo en absoluto se contemplaba la opción del pelo largo. Al referirme a la longitud no estoy mencionando a las extensas melenas propias de la época que cualquier moderno pudiese soñarse  tener como participante en el concierto de Woodstock. Me refiero a la mínima posibilidad de camuflaje de las orejas bajo algún mechón que oficiase de cubre. El canon lo marcaba el perfil que según los curas abogaba por la decencia de las formas. Así que no fue de extrañar que los sucesivos requerimientos de corte estuviesen a la orden del día. Y ante ellos el tira y afloja por parte de alguno de los internos. En más de una ocasión se realizó en la misma tarde el trayecto de ida y vuelta a la peluquería sucesivas veces. Al regreso, el cura de turno miraba desde la tarima de la sala de estudio al encausado, le giraba el cuello y si la medida del corte no era la ordenada, lo encaminaba de nuevo hacia el sillón del barbero. Creo que por aquella época los cortes de pelo a navaja estaban de plena moda entre quienes vestían de chaqueta y corbata habitualmente cruzando a esta última con un alfiler y calzando gemelos sobre los puños. O sea nada que ver con el vestuario o  el look de quiénes éramos la antítesis de los oficinistas o señores de bien. De ahí el absurdo empeño en convertir en réplicas de adulto a los que no lo eran y el más absurdo empeño de luchar contra la estupidez desde el encabezonamiento.  Una tarde en la que se puso de manifiesto el duelo entre el hábito y los pantalones vaqueros, al cuarto regreso de la citada peluquería se zanjó la cuestión tal y como el razonamiento de la época permitía. En base a igualar estaturas desde la tarima de madera, le fueron depositados dos recordatorios en los carrillos a aquel que osó echar un pulso a la norma. Creo que a todos nos dolió por injusta la penitencia. No se trataba de marcar la norma, no. Fue más bien un acto de soberbia ante todo el auditorio para dejar claro quién mandaba gustase o no gustase. Sabíamos que el tiempo acabaría colocando a cada cual en su puesto, independientemente de la longitud de sus cabellos o la rotundidad de sus yemas. Y así fue.
 
Jesus(defrijan)

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