martes, 10 de marzo de 2015


      Las manualidades

Merecen un capítulo expreso estos artilugios metálicos llamados sierras de marquetería que nos acogían como incipientes aprendices de artesanos ebanistas. Supongo que no será necesario recordar cómo la tensión del arco sobre los pelos dentados suponía un acto de valentía extremo. Según como fuese la dentición el corte sobre la línea se presentaba más o menos difícil. Era cuestión de seleccionar el patrón azul convenientemente y pegarlo con cuidado sobre un tablero fino. Allí, los candelabros, los aviones biplanos, las torres eifeles, los joyeros, esperaban su turno. Con paciencia y suerte acabarían naciendo a la luz y el barniz terminaría por pulir las obras. Y en algunos casos  el forro de fieltro interior les daría rango de regalo. Más de una tarde serrando en el piso intermedio que servía como academia de artistas en las que más de uno demostró sus dotes como tal. Agramunt  pinceló un óleo que recibió los halagos de todos y algún que otro bajel de madera pasó a formar parte de aquel incipiente museo. Para algunos sirvió como muestra de sus dotes artísticas y para otros la mayor de las desilusiones que trazaron raya entre nosotros.  También, rememorando a Bizancio, los azulejos conseguidos previo pago en algún almacén o los obtenidos entre derribos se ofrecieron a ser minúsculas piezas de mosaico que a base de tenazas conseguía cuadrar en la madera el boceto dibujado. El uso inmisericorde del pegamento no supuso ningún añadido al intelecto que poco a poco encuadraba a cada quien. A todo esto añadamos las bolas de ciprés que terminarían siendo en tamaño extra el rosario cabecero de cualquiera de nosotros en casa. Si alguien intenta embolar semejantes bayas, que vaya con precaución, por más fe que tenga y más deseos de concluir semejante contador de misterios. Se escurrirán como veniales pecados y será harto difícil darles la distancia correcta. Siempre quedará la opción de las avellanas con cáscara, pero calentar una aguja de calceta para taladrar semejante fruto seco se  presenta igual de complicado. Sea como fuere, la opción de enhebrar cuerdas para acabar sacando alguna figura nunca debería descartarse. Que luego se reconozca al gato, al conejo o a la bailarina ya será cuestión de fe y voluntad. Algún día, con paciencia y decisión, volveré a buscar entre aquellas pertenencias. Seguro que una foca con forma de candelabro cojo se vuelve a compadecer de mí y calla su opinión.

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