Las manualidades
Merecen un capítulo
expreso estos artilugios metálicos llamados sierras de marquetería que nos
acogían como incipientes aprendices de artesanos ebanistas. Supongo que no será
necesario recordar cómo la tensión del arco sobre los pelos dentados suponía un
acto de valentía extremo. Según como fuese la dentición el corte sobre la línea
se presentaba más o menos difícil. Era cuestión de seleccionar el patrón azul
convenientemente y pegarlo con cuidado sobre un tablero fino. Allí, los
candelabros, los aviones biplanos, las torres eifeles, los joyeros, esperaban
su turno. Con paciencia y suerte acabarían naciendo a la luz y el barniz
terminaría por pulir las obras. Y en algunos casos el forro de fieltro interior les daría rango
de regalo. Más de una tarde serrando en el piso intermedio que servía como academia
de artistas en las que más de uno demostró sus dotes como tal. Agramunt pinceló un óleo que recibió los halagos de
todos y algún que otro bajel de madera pasó a formar parte de aquel incipiente
museo. Para algunos sirvió como muestra de sus dotes artísticas y para otros la
mayor de las desilusiones que trazaron raya entre nosotros. También, rememorando a Bizancio, los azulejos
conseguidos previo pago en algún almacén o los obtenidos entre derribos se
ofrecieron a ser minúsculas piezas de mosaico que a base de tenazas conseguía
cuadrar en la madera el boceto dibujado. El uso inmisericorde del pegamento no
supuso ningún añadido al intelecto que poco a poco encuadraba a cada quien. A
todo esto añadamos las bolas de ciprés que terminarían siendo en tamaño extra
el rosario cabecero de cualquiera de nosotros en casa. Si alguien intenta
embolar semejantes bayas, que vaya con precaución, por más fe que tenga y más
deseos de concluir semejante contador de misterios. Se escurrirán como veniales
pecados y será harto difícil darles la distancia correcta. Siempre quedará la
opción de las avellanas con cáscara, pero calentar una aguja de calceta para
taladrar semejante fruto seco se
presenta igual de complicado. Sea como fuere, la opción de enhebrar
cuerdas para acabar sacando alguna figura nunca debería descartarse. Que luego
se reconozca al gato, al conejo o a la bailarina ya será cuestión de fe y
voluntad. Algún día, con paciencia y decisión, volveré a buscar entre aquellas
pertenencias. Seguro que una foca con forma de candelabro cojo se vuelve a compadecer
de mí y calla su opinión.
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